domingo, 20 de marzo de 2011

La vida...

La vida se abre paso. Siempre. Japón sigue sufriendo, con contención, porque va en su adn cultural, pero sigue sufriendo mientras miles de personas dejan de ser desaparecidas para ser encontradas. Miles de cuerpos sin vida. Cancelado ya mi viaje a ese país maravilloso que va a tener que esforzarse durante años para volver a levantar la cabeza como ya lo ha hecho en otras terroríficas ocasiones, lo tengo en mente cada día. También hoy, mientras miraba los brotes de una orquídea que vive pegada a un ventanal enorme en casa. Es su lugar preferido. Normal, también sería el mío si fuese orquídea.

Hace dos años que me la regalaron, un mes de enero, y aquella primavera tuvo un florecer rabioso. 21 flores blancas increíbles, perfectas. No sé si parir tanta belleza la dejó exhausta, pero al siguiente año de esos dos tallos no brotó nada. Pensé que había muerto y no lo sabía, ni ella ni yo. Aunque quizá sea su ciclo natural, desconozco. La cuestión es que esta es su tercera primavera en casa, y ahora mismo acabo de contar 18 brotes. Espectacular. Si continúan su camino hacia la luz del ventanal y se abren, ese rincón va a ser una fiesta. Y en eso estaba, con la imagen de las flores de cerezo japonés por el suelo y mi orquídea en pleno renacer, cuando me ha llamado una persona a la que quiero muchísimo para contarme que ¡¡¡está embarazada!!! ¿Cómo lo han sabido? Gracias a uno de esos tests que anuncian en TV y te dicen no ya que estás, qué fácil, sino de cuánto. Lo próximo será que nos diga de quién, seguro que a algunas les eliminaría mucha angustia del cuerpo. O se la inyectaría, claro.

Qué grande... Me he puesto tan nerviosa con la noticia de domingo matinal y perezoso como si me hubiera pasado a mí. Cómo es la empatía con la gente a la que quieres... Pero lo más curioso es que a su chico, que es un lince leyendo las señales que nos envía la vida, el resultado del test no ha hecho más que confirmarle lo que ya barruntaba, porque habían plantado en casa unas fresias, que son más bien de exterior, y las flores, contra todo pronóstico biológico, ¡habían nacido! ¡Ahí lo tienes! Quien quiere entender, entiende. Y la vida arrasa.

domingo, 13 de marzo de 2011

-5

Faltan 5 días para que suba al avión que me va a dejar en Tokyo. No sé en qué Tokyo. No sé cómo estará el aeropuerto, el metro, los trenes ni las calles del centro de la ciudad. Y seguramente las imágenes que me voy a encontrar serán diferentes de las que tengo dentro de la cabeza, alimentadas por un montón de reportajes, guías de viaje y blogs que había ido consumiendo con la dedicación de un orfebre hasta el pasado viernes.

Pero se jodió, amigos. Este pasado viernes un terremoto también ha atravesado mi cabeza, y esas imágenes y esos planos que se habían acomodado como podían han saltado, se han mezclado y han pasado al blanco y negro. Qué curioso es el funcionamiento del cerebro... estás viendo con angustia creciente el desastre en Japón, los planos aéreos de la riada negra, las oleadas de gente en Tokyo haciendo cola para llamar a su casa desde una cabina telefónica -¡desde una cabina, porque los móviles no funcionan en Japón!- y caminando como hormigas desorientadas por esas enormes avenidas de neón, y parece una película. No está pasando. Esto ha destrozado la vida a miles de personas que van a tardar años en recomponerse. Ya no tienen la cama en la que se refugian del mundo cada noche, ni la ropa con la que lanzarse a trabajar por la mañana, ni la caja de té que les regaló su abuelo, ni las fotos de cuando eran niños. El tsunami les ha pegado un mordisco que les ha dejado con los huesos al aire. Y eso es Japón ahora.

Es cierto que no pensaba viajar a Sendai, la zona más arrasada, pero seguro que en Tokyo quedan huellas. Los japoneses son eficientes, sí,  tan rápidos como para borrar un terremoto de 8,9 en una semana, no. Y esto tiene toda la pinta de entrar en los libros de historia que estudiarán nuestros hijos. Va a ser un viaje interesante. Por muchas cosas.