miércoles, 24 de agosto de 2011

Grey day

La foto es robada. El contenido, nunca visto.
Hoy las txoznas cierran en protesta por la sanción municipal a dos de sus colegas comparseras dejando huérfano el Arenal, sin esas cañas frescas que te devuelven la vida cuando tus amigos y tú lleváis hora y media bailando como si el mundo acabara hoy la lista que ha preparado en Sin Kuartel alguien sin corazón y con un objetivo diáfano: vencerte por deshidratación, ponerte al límite de tu resistencia. Está bien que cada cual vislumbre dónde se encuentra su umbral, sí señor. Puro ejercicio de autoconocimiento. Las txoznas cierran dejándonos sin ese alimento sólido y necesario para el cuerpo que son el Berezi de Mamiki y el Benavides de Sin Kuartel (nos queda el de txorizo a la sidra de Zapiain, eso sí). Las txoznas cierran dejándonos sin esa banda sonora cambiante cada cincuenta metros. ¿Comprensible que apoyen a Kaskagorri y Txori Barrote, colegas comparseras? Sí. ¿Ilegal lo de mostrar las fotos? También. Nos guste o no la ordenanza. ¿Con un año de sanción habría sido suficiente? Seguro. Esta noche escucharemos todas esas opiniones cruzándose por las calles del casco viejo, y más. Llueve sin fin, el pobre Urko Aristi ya no sabe qué cara poner cuando nos traslada la previsión meteorológica antes de esconderse bajo una piedra, porque seguramente ese será uno de los escasos lugares donde se encuentre a cubierto de los efectos demoledores de las siete plagas bíblicas enviadas por media población vasca. La otra media es la que en días como hoy sonríe y arquea las cejas mientras asevera que esto es lo sano, que el sirimiri y el gris perpetuo en toda la gama pantone de los grises es lo normal y lo que tiene que ser en el verano bilbaíno, que esto es mucho mejor que los calores del sur y del Mediterráneo y que tal y cual. Qué harta me tiene ese tipo de comentarios, señooooooor... Qué pereza más infinita... ¡Lo que queremos es que salga el sol de una puñetera vez! ¡Que se abran las nubes y nos dejen ver un cielo que alguna vez ha sido azul y -si no nos toca otro Fukushima- alguna vez volverá a serlo!

En esta coyuntura a mi modo de ver tirando a tristonil mi chico se ha encontrado junto al parking un muerto. Esta mañana, cuando madrugaba como una alondra para hacerse un monte, que es algo que, entre otras cosas, sabe hacer muy bien. Un muerto. Mientras me lo contaba me he dado cuenta de que nunca he visto uno. Él tampoco ha llegado a verlo realmente porque los ertzainas que rodeaban el cadáver ya lo habían cubierto con una de esas mantas térmicas que parecen papel de aluminio para envolver bocadillos pero más bien suelen envolver emigrantes congelados que llegan en patera a las costas andaluzas y canarias. O chavales que se estampan contra un puente en una autopista a 150 km/h. No sabemos por qué ha muerto ese señor ni de qué. Si de sobredosis, de coma etílico o de paro cardiaco simple y definitivo. Tampoco sabemos si era un señor de 53 años o un chaval de 27. Como Amy, que según nos dicen ahora parece que estaba limpia de drogas que no fueran alcohol el día de su fallecimiento. ¿Qué más da qué hubiera consumido en las horas previas a su muerte? La cuestión es que esa chica que a mí me provocaba ternurilla ha palmado y no va a poder grabar nada más con esa voz que tenía. Pero ya estamos rascando con la uña el cartoncito de su muerte como hienas, para ver si debajo del círculo dorado nos aparece alguna de las palabras mágicas. "Crack". "Heroína". "Cocaína". Esta es otra tribu que me provoca infinita pereza. La de quienes se llevan las manos a la cabeza cuando ven o escuchan hablar a alguien que se ha metido un par de rayas, o ha tomado éxtasis, por ejemplo. Claro, es malo. Trincarse doce vinos, o tres katxis de kalimotxo, o seis gintonics, eso sí, bien puestos, es sano para el organismo, contribuye a limpiar la flora intestinal y libera las neuronas mejorando su funcionamiento a medio plazo. Qué cansinismo. Este es un debate plagado de tópicos y de demagogia. Sin frivolizar ni restar importancia a lo que sin duda la tiene, o todo es bueno o todo es malo. Depende de la edad de iniciación, de la medida y de que uno tenga la cabeza medianamente amueblada para saber qué hace, con qué frecuencia y cómo sienta a su organismo cada sustancia que introduce en esa maquinaria. Me parece a mí.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Ya están aquííí-ííííí...

Una se sobrevuela un poco y se ve rodeada de sonrisas cómplices y generosas, miradas brillantes y copas de vino a medio vaciar. De sobrinos que se lanzan de la carcajada en cascada al río de llanto en un nanosegundo. De hojas de chopo destellantes a la última luz del sol y la brisa de la tarde. Son lugares comunes a los que gusta volver una y otra vez. Una ha habitado en muchos momentos así este verano. En esos escenarios sentimentales posibles ahora aparece un elemento nuevo. Ahora una se halla rodeada de amigos y amores del alma que están cumpliendo 40 y cercada por la sensación cada vez más vívida y más consistente de que algo está cambiando. Siempre es lo mismo, sí, pero es diferente.

Ayer hablaba con Nuria, una de esas amigas del alma, de que empleamos mal el tiempo verbal. Seguimos utilizando el presente para acciones que transcurrieron en el pasado. No nos gusta el pretérito imperfecto. Decimos cosas como "sí, sí, yo siempre salgo por tal calle ¡y siempre acabamos a las mil en tal local!". Y ya no es cierto. Porque en tal local no damos con nuestros huesos hace... ¿un año ya? ¿o son dos? Pero nos imaginamos ahí y seguimos ahí. Es un poco 2046, Wong Kar-Wai. Vivimos en un estado mental construido de puro recuerdo. Ya no existe, pero tiene la misma solidez que un lugar al que podemos acudir siempre que queramos y que sentimos como real. Nos asomamos por una mirilla, lo vemos, y creemos estar ahí.

Supongo que entrar en los 40, una frontera fluctuante y muy subjetiva, debe de ser así para muchos. Nos vemos siendo los mismos y haciendo las mismas cosas pero en esa vía hay vagones que se van desenganchando mientras otros se incorporan a nuestro tren. Nos cuesta infinitamente más encontrar un proyecto profesional que nos enganche, que nos propulse hacia delante y nos haga recuperar al menos un pedazo de la ilusión originaria que nos hizo apostar por este camino. Sabemos en qué situaciones no queremos volver a encontrarnos y por qué circunstancias no volveríamos a pasar ni muertas, aunque nos cueste saber dónde vamos a ubicarnos en esta segunda mitad de la vida. Nos planteamos si ser madres, y vosotros padres, quizá no tanto porque ahora nos haya llegado el gran momento para serlo, sino porque después el momento ya no podrá ser, con lo cual de repente nos encontramos tomando decisiones de futuro que nos cambiarán radicalmente la vida, cuando siempre hemos vivido absorbidas y acotadas por el día a día. Todo esto nos ocurre.

Y al mismo tiempo, no queremos dejar atrás del todo el peterpanismo. Nos resistimos a abandonar el espíritu libre que nos lleva a marcharnos y volver cuando nos apetece. Nos resistimos a dejar de tomar decisiones que sólo dependen de uno. Nos resistimos a amarrarnos, a dejar de escapar y evadirnos, pero también asumimos responsabilidades, damos a las cosas la importancia que tienen, las ponemos en su sitio y las miramos tranquilamente cara a cara. Es cierto, Nuria, nos hacemos mayores.

A mí la sensación de inmortalidad me ha durado hasta hace muy poco. A veces, aún la siento. Sabemos que es algo asociado a la adolescencia, cuando vives en la bendita convicción de que a ti nunca te tocará un accidente de coche, y que si te toca saldrás ileso. Nunca se desenroscarán las tuercas de esa satánica atracción de feria que te multiplica por dos el ritmo cardíaco. Nunca vivirás la enfermedad entendida en su sentido más grave porque, además, tu organismo es inmune a los dolores físicos. Y como por accidentes de coche y sustos serios de los que he salido ilesa he pasado y por experiencias sanitarias al borde de decir hasta otra, amigos, también, esa sensación de inmortalidad no era tan peregrina. Estaba alimentada por realidades constatables. Pero ahora sé que más que inmortal soy afortunada. Lo que tengo es suerte, mucha suerte, y la agradezco a menudo. Así que ahora que empiezo a saber que no soy inmortal, como todos los que nos acercamos a los cuarenta y los que los acaban de estrenar, espero que esa fortuna nos acompañe todo lo que ella quiera, o lo que nos merezcamos tú, David, tú, Guren, tú, Ainhoa, vosotras, las que no queréis poner en facebook de qué año sois, perras... ¡Los 40 son vuestros! El próximo año os pillo... ¡¡¡Pero aún tengo el vale de los treintaypico!!!

lunes, 1 de agosto de 2011

¿Piña o polvo?

Uno de los pequeños placeres o grandes sufrimientos que nos depara la playa es la escucha involuntaria. Es una actividad que también desarrollamos en el metro, el bus, la sala de espera del dentista, la cola de la panadería... pero hoy situaremos la acción en la playa, que es donde ha ocurrido. Ayer el Cantábrico estaba divertido, levantaba olas medianas pero constantes que invitaban a lanzarse de cabeza conforme se acercaban, justo antes de romper, y a dejarse arrastrar, justo cuando la cresta está en su punto más alto sin llegar a escupir aún la espuma. Todos aceptamos la invitación. Unos con sus tablas, otros con sus corchos, y los demás con nuestros cuerpos, que es la única herramienta que sabemos manejar. A veces. Desde que tengo uso de razón y mis padres me llevaban a la playa de Donosti, una de las tres playas genéticamente navarras junto con las de Zarautz y Orio, me acompaña la alegría salvaje, algo a medio camino entre el placer y el miedo, de coger las olas, bracear y dejarme arrastrar hasta donde llegue. Hoy es el día que aún no tengo dominado el asunto, y pocas son las veces que consigo llegar hasta la orilla y quedarme varada como las ballenas. Bien, ayer después de dos o tres triunfos y muchos más resultados mediocres, volví a mi territorio arenoso y me lancé sobre el pareo con el corazón agitado mientras tres post-adolescentes, dos chicos y una chica, recogían sus toallas y sus mochilas enfocando hacia un horizonte diáfano, el plato de lo que fuera que les hubieran preparado sus madres. A todos no.

- Buah, tío, vete a saber qué me habrá dejado hoy la vieja...
- Yo me voy a hacer unos macarrones. ¡Lata tomate y pim-pam!
- Pues a mí hoy me toca piña y pollo.
- ¿¿¿Piña y pollo??? ¿¿Qué es eso??
- Joder, tío, que estoy a dieta... Ayer me pasé, y hoy sólo puedo comer piña y pollo.
- ¿Y tienes que comer todo que empiece por P?
- ¡Claro! Piña, Pollo, y después... (Adivina-adivinanza...)
- ¡Polla!

- Bah, tío, qué pereza dais, de verdad...
- ¡¡Oye, no!! Mejor Piña, Pollo y de Postre... (Ahí va el otro campeón...)
- ¡¡Polvo!!
- ¡Jaaaajajaja! ¡Así seguro que adelgazas!

Bueno, 18-19 años. ¿Humor fino? Poco. ¿De raíces británicas? Tampoco. ¿Graciosos? ¡Pues sí! Yo me reí, además con ganas. Por la frescura de la conversación y porque pensaba que los tiempos no cambian en lo sustancial y que esas trece líneas de diálogo sintetizan una filosofía de vida. La nueva generación sigue preocupada por lo mismo que la anterior, y ésta que la previa, porque en torno a mayo del 68 cambiaron algunas pautas importantes, y las mujeres nos liberamos, conquistamos nuestro cuerpo, quemamos nuestros sujetadores, empezamos a tomar la píldora para disfrutar del sexo sin el miedo a quedarnos embarazadas cuando no lo queríamos, decidimos actuar "como chicos", sin apego, sin sentimentalismos, sin sentimiento a veces, nos fuimos hasta el otro extremo, derrapamos y después ya tratamos de encontrar nuestro sitio. Pero hoy una chica de 19 años sigue preocupada porque su cuerpo en la playa no es exactamente el que quiere tener. Ni de lejos. Aunque esté cañón, no lo ve. Y un chico de 19 años sigue pensando en todo momento en follar. A toda costa. No puede hacer otra cosa, el sexo domina su cerebro.

¿Simplista, el retrato? Enormemente. Generalizar siempre implica dejar fuera las (sugerentes) minorías y las (honrosas)  excepciones. Estos días estoy leyendo La viuda embarazada, de Martin Amis, y la historia transcurre en una medida por ese camino, por un verano de los 70 y un viaje a Italia de tres chicos británicos, Keith, Lily y Scherezade. Keith y Lily son novios-amigos-desde-la -infancia-hermanos. Scherezade es la amiga de Lily a la que acaba de brotarle el cuerpo de mujer y aún no se ha dado cuenta del todo. Ni de eso, ni del efecto que causa en los hombres. Lily es, como trata de justificar Keith, de una belleza más inteligente, más sofisticada, menos obvia. Pero resulta que Scherezade no está buena y es corta, amigos, no. Es rápida y divertida, además de estar buena. Así que... sólo voy por la página 88 de casi 500 pero señales sutiles como fogonazos en una noche sin luna conducen a pensar que a Keith la cintura y los muslos morenos de Scherezade le están poniendo enfermo hace ya tiempo, y que las cosas van a acabar como Lily sabe -y alienta- desde el primer día de sus vacaciones. Ah, esos veranos que le cambian a una la vida...

Bueno, creo que ha quedado claro que hoy esto no va de profundizar en la distorsionada percepción que solemos tener las mujeres de nuestro cuerpo, ni de dónde y cómo colocamos nuestra autoestima, ni de la primitiva capacidad masculina de mantenerse bien amarrados a lo atávico, lo carnal y lo vital que entraña el sexo. Va de elegir vivir. Y ante la disyuntiva piña o polvo, si se puede elegir..., polvo. La piña, recién sacada del frigorífico y cortada en trozos, también está buena.