viernes, 30 de diciembre de 2011

Valores seguros

Florence cantaba You've got the love & The Machine la acompañaba en el Festival de Glastonbury del año pasado y la masa se entregaba a la luz dorada de la tarde. Con este video un amigo nos ha deseado lo mejor para este año. Otra amiga ha repartido árboles navideños con ramas suficientes para que quien quiera ocupe una y se ponga ahí una casa. Otra me ha enviado la etiqueta de una camiseta de algodón deseándome que coma, beba, sonría, que no haga dieta -que siga comiendo, vamos-, ... que sea feliz. Varios amigos con niños, hijas preadolescentes y mis sobrinos del alma y del corazón, han llegado estos días hasta mi mail cantando villancicos vestidos de elfos que bailan hip-hop sobre la nieve y de duendes tiroleses que arrastran abetos quince veces más grandes que ellos y después agarran la guitarra eléctrica y se cascan su actuación. Otro amigo ha aprovechado una de las imágenes del año, sí, la de la pareja adolescente dedicada a lo suyo -valientemente sobria o perfectamente ebria- en plena disolución policial de una manifestación para lanzar un mensaje que le podría acarrear una clara denuncia de una marca de preservativos.

¿Y todo esto para qué? Para obligarme a reconocer que los banqueros tienen razón. Sale sarpullido sólo con pensarlo, pero al César, lo que es del César. ¡En tiempos de crisis, valores seguros! Es lo único que funciona con garantía. Así que, a pesar de que una es más de impares, para este 2012 que nace, pobre, casi asfixiado y envuelto en el paño de luto con que lo abrigan todos los agoreros económicos, incluidos los que casi lo han matado, olvidémonos de lo accesorio. Y quedémonos con lo que nos mantiene vivos, el amor, el sexo, los amigos, las amigas, la familia, el cariño de toda la gente que sabe estar cuando se la necesita, las risas, los buenos libros, las pelis, los vinos, las cenas... Lo que nos alimenta. Y devolvámoslo también.

Yo os regalo algo robado. Un juego que propone Albert Espinosa en su último libro. Consiste en que cuando uno se encuentra naufragando en plena crisis personal, profesional, sentimental o existencial, hay que salir del mundo, buscarse alguien con quien poder hablar de todo o de nada, según lo que venga bien en cada momento, tomar ese vino, leer ese libro y ver esa película, y cuando ya se ha conseguido ver qué fallaba en el mundo, en el que cada uno nos construimos alrededor, se puede volver ya un poco mejorado para tratar de mejorarlo. ¡Feliz 2012!

jueves, 29 de diciembre de 2011

Donde el mar no llega

David Rodríguez

Su madre y su padre solían llevarles a esa playa cuando podían, que siempre era los domingos, el día que cerraban la tienda de jabones, aceites y perfumes que regentaban en Vishakhapatnam. Se recordaba a sí mismo desde que tenía uso de razón bañándose con su hermano en aquellas aguas azules y serenas, hijas del abrazo entre el río Gosthani y el costado del Índico que acariciaba la Bahía de Bengala. Esas aguas le habían visto crecer, le habían acompañado en sus primeros amores a escondidas, aquellos amores salados tras 24 kilómetros en bicicleta con su novia sentada delante de él, señalándole tímida cada estatua de tantas diosas diseminadas a lo largo de la costa que el vuelo del sari le ocultaba casi siempre y que se le aparecían traviesas después de haber hecho el amor a la caída de la tarde. Tenían un poder mágico las aguas de  Bheemunipatnam, cada vez que se sumergía en ellas volvía al mismo punto. A los domingos de niño, cuando su padre arañaba el sitar, su hermano y él se bañaban y su madre acariciaba con una mirada ardiente el horizonte sin explorar mientras extendía sobre la arena el mantel para la merienda. 

Pero aquella mirada no abarcaba todo lo que estaba por venir.

Su madre entonces no sabía que su hijo pequeño se adentraría en un mundo incierto más allá de aquella franja de arena cuajada de palmeras y aquella bahía cálida. Faltaban casi cuarenta años todavía para que una extranjera desorientada aterrizara en su pueblo, entrara a la tienda de jabones, aceites y perfumes que Harshad había heredado, se enamorara sin futuro de él y él de ella sin que ella hablara una palabra de hindi ni él de castellano, sólo por la mirada. La de él, calmada y profunda. La de ella, rebosante de curiosidad y deseos indefinidos. Y faltaban todavía casi sesenta años para que él, después de haber sido profesor de yoga en un tercer piso de Fuencarral y dependiente de una tiendita de artesanía en Malasaña, después de haberse separado de aquella madrileña extraviada, y de las otras tres mujeres que la sucedieron, de nuevo solo, se volviera a ungir la frente, el entrecejo y los extremos de los ojos con polvos blancos purificadores, se sentara desnudo sobre un cojín en la terraza de su ático cerca de la Gran Vía en una ardiente noche de verano asfáltico y mirara hacia Bheemunipatnam, su playa de palmeras sinuosas y atardeceres malvas.

Su madre aún no podía saberlo.




miércoles, 14 de diciembre de 2011

¡Tan real!

Ayer escuché la conversación que paso a recoger líneas más abajo y me dije... sí, la evolución es así. No hay. Viajaba en el tranvía, sentada frente a una pareja de unos siete años, de edad, de duración no sé. Niña y niño. Ojos brillantes, mofletes colorados por el frío e inflados chalecos de pluma de oca sin los que se habrían quedado como sus propietarias cuando se las quitaron, las plumas, en ná. Ella aferrada a un cepillo de pelo, de esos que van doblados y cuando los abres les sacas los pinchos hacia afuera apretando con los dedos en la goma negra hasta que parecen erizos y, de repente, descubres que en el mango llevan espejo (sí, chicos, esta herramienta existe). Ella hace que el erizo saque las púas y se convierta en cepillo, se lo pasa unas cuantas veces por el flequillo quedándose instantáneamente ciega, porque lo lleva largo hasta el peligro, se revisa en el espejo como puede mientras el niño y yo ponemos caras, nos sacamos la lengua, subimos las cejas y tal, y se arranca. Ella a por él.

- Dime que estoy bonita...
- Yo veo lo que veo...
- ¡Dime que estoy bonita!
- ¡Yo veo lo que veo!
- ¡¡¡Que me digas que estoy bonitaaaaaaaaa!!!
- ¡¡¡¡YO VEO LO QUE VEEEEOOOOOOO!!!

Dios, más claridad, en el Polo. Así somos. La coqueta necesitada de la aprobación ajena y el realista prosaico. Tantos años de lucha feminista, de reivindicar voz, voto, firma en el banco, igual salario, las mismas condiciones, maternidad... tantos años de quemar sujetadores en hogueras militantes hace ya casi medio siglo, de terapias, de refuerzo personal, de aprender a querernos, entendernos y aceptarnos, de buscar nuestro propio camino en la selva profesional... En fin, tanto ¿pa'qué? Si resulta que las estanterías de las Barbies, las Bratz, las Monster High -yo con estas flipo, aún no sé si me gustan o no- quedan arrasadas y temblorosas estos días como las de los supermercados en plena hambruna post-nuclear. Que ponernos guapas está muy bien, no seré yo quien diga lo contrario. Pero para nosotras, ¿no? Si ya sabemos que cuando una se gusta, también gusta al resto. Ahí está el truco.

El chico, bien. Como terapeuta de Gestalt le veo futuro. Como dependiente de Gucci, dos días.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Good Luck

David Rodríguez


Al principio decíamos que eran días de estación de esquí. Días de invierno con el cuerpo caliente y la cara helada y resplandeciente al sol. Esos días nos acercábamos a pasear al pantano esperando que de la neblina en suspensión emergiera el monstruo del lago Ness, un campanario o el maletero de un coche. Un Mercedes antiguo verde musgo, por ejemplo. Algo que nos sirviera para inventarnos una historia que durase lo mismo que nuestro recorrido besándonos y bordeando el óvalo de agua mientras Luck, mi perro, olisqueaba entre los arbustos el rastro de algún deseo por definir.

Luego aquellas tardes de diciembre se convirtieron en mañanas de enero, fueron haciéndose más frías y menos luminosas. Seguíamos escapando de excursión junto al pantano, transformado en laguna Estigia desde que encontramos una barca amarrada a la orilla balanceándose sensual entre jirones de niebla, esperándonos. No teníamos prisa por que Caronte se llevara nuestras almas al infierno. Preferimos desgastar antes nuestros cuerpos de puro usarlos, felices, hambrientos y perdidos en aquel frío de acero cada vez más gris y más intenso mientras Luck nos esperaba escondido entre sus arbustos, acomodado en una complicidad paciente.

Este mediodía de febrero Luck ha vuelto al pantano. Desde la distancia mira inquieto a una pareja como nosotros que pasea con un perro como él y no nos encuentra. No sabe que hemos partido en la barca. Caronte se cansó tanto de esperarnos que al final convenció a la mujer de mi hombre, a la esposa de mi amante, para que acabara con nuestros cuerpos y así poder llevarse, al fin, nuestras almas. Para hacerlo aquella mujer eligió un Mercedes antiguo, de un precioso verde musgo. Así de curiosa es la vida a veces. Desde entonces ahí sigue Luck, enfrentándose en soledad a su arbusto cada día. Sabiendo que parte de nosotros se ha quedado enredada en las púas de los espinos. Sólo él lo sabe.