miércoles, 23 de enero de 2013

Aquí el presidente de Indian Airlines

Septiembre 2005, Bilbao. Un día decides hacerte con un billete de avión por internet, dejas que te claven los gastos de gestión en cualquier operador intermediario que ofrece vuelos, o bien, para ahorrártelos, lo coges directamente en la web de la compañía. Te crees lista, eliges lo último. Lo compras, Delhi-Varanasi (Benarés, para los menos espirituales), y ya está. Previamente te habías hecho con los vuelos Madrid-Delhi, ida y vuelta, sólo te quedaba esa última inversión y, a partir de ahí, todo sería improvisar durante un par de semanas maravillosas. Así llegaba, por fin, el momento de viajar a India, con dos amigas, Ana y Guren, dos kilos de botas de monte en la maleta que alguien me recomendó por aquello de la basura que alfombra el suelo y que nunca usarás pero sí cargarás, y unas expectativas que no cabían en el avión. Loca de la vida, era tu destino soñado desde los 15. O quizá desde los 9, cuando tu padre, no se sabe muy bien cómo ni por qué, te llevó al cine a ver Gandhi, tres horas de película con intermedio. Creo que en ese momento nació el amor.

Va por delante que esta no es la historia de un viaje deseado y mágico -que lo fue-, sólo la de un trámite mínimo que nos llevó a conocer al Presidente de la compañía Indian Airlines. Así mismo. Sin pretenderlo y, sobre todo, sin ninguna necesidad.

Octubre 2005, Nueva Delhi. Tres días después de llegar, más o menos cuando el espíritu ha alcanzado al cuerpo y ha vuelto a ocuparlo.

- Buah, qué calorazo... ¿Pero no dijiste que mediados de octubre era el equivalente a la primavera?
- Sí. Ahora tendría que hacer 18-20 grados.
- Pues hace 35.
- ¿Qué quieres? ¡Será culpa mía que nos haya tocado la primavera más calurosa que recuerdan los viejos del lugar!
- Bueno, bueno... No empecemos con las susceptibilidades...
- Estas cosas pasan. Una vez fui a Berlín con unos amigos en marzo. Había leído en una web de previsión meteorológica internacional -sería la misma- que se esperaban temperaturas cercanas a los 20 grados, algo histórico. Pues no. Aterrizamos nevando y el termómetro no subió de los 2 grados ni un solo día.
- Cambia de web.
- Sí, o no viajes.
- Venga... No tensemos.
- Vale. Podríamos aprovechar esta tarde para coger un autorickshaw y acercarnos hasta la oficina de Indian Airlines que nos quede más cerca, ¿no?
- ¿Para qué?
- Para cambiar las reservas de internet del vuelo a Benarés por billetes de verdad.
- ¿Eso cuándo era?
- ¿Que cuándo habíamos pensado ir a Benarés?
- Sí.
- Pasado mañana. Para estar ahí tranquilamente cuatro o cinco días. Esa era la idea, ¿no?
- A mí me parece bien.
- Buah... Un autorickshaw... ¡Qué agobio! Con todo el traficazo y la contaminación...
- ¡Mujer, eso es lo divertido! No saber si vas a morir asfixiada por el CO2 o atropellada por una moto y un taxi al mismo tiempo!

Así comenzó una mañana de miércoles la gestión. Después de reforzar nuestras defensas con un refrescante lhassi, un yogur delicioso elaborado con leche de búfala, versión dulce o salada, y alguna galleta reblandecida que aún nos quedaba del viaje, nos echamos a la calle a interceptar uno de los miles de autorickshaws que esquivan taxis, motos y vacas en el caos urbano. Para quien no haya recorrido Delhi, conviene decir que es una ciudad extensa en la que los desplazamientos entre los barrios con amplios jardines y avenidas de las afueras y las áreas superpobladas que constituyen el centro pueden ser muy largos, aunque siempre entretenidos. Este medio de transporte tan local es una buena alternativa a los rickshaws, arrastrados por bicicletas. Pequeños y ágiles, con motor mecánico, una vez te instalas a bordo no tienes la inevitable sensación colonialista de estar explotando a ese hombre delgado y fibroso que, con la única fuerza motriz de sus dos piernas a los pedales, es capaz de trasladar a buen ritmo a una familia de cuatro miembros. Son prejuicios de turista judeocristiano, por supuesto. Todos los foráneos los emplean y les pagan sin ningún cargo de conciencia.



Bien, nos lanzamos a la vorágine del tráfico. Diez y media de la mañana. Con su calor ya más que latente, su polvo en suspensión y sus partículas de dióxido de carbono abriéndose paso hacia nuestros pulmones.

- ¡Hello, good morning! We would like to go to this Indian Airlines office, this one in the map.
- Mmmh... Better this.
El señor señala otra que, humildemente, una aseguraría que está bastante más lejos.
- No, no, we prefer this one.
- Ok, ok, señoritas bonitas. Italianas?
- Señor, ya vamos a empezar con eso otra vez...
- No, no somos italianas.

Ahí se inicia el consabido y entrañable ritual del regateo hasta que confluimos en una cifra de rupias, da igual la que sea, perdemos siempre, pero en India es tan insultante tu superioridad económica que nunca te sientes tan estafado como si hubieras elegido Bankia. Bocinazos, insultos en hindi, frenazos, insultos en inglés, acelerones, insultos en dialectos desconocidos, peligrosas y virtuosas maniobras entre camiones, la radio a tope con los grandes éxitos indios que mis amigas y yo coreamos entregadas haciendo feliz al conductor por unos minutos y... llegamos a la oficina de la compañía aérea. La primera.

Sólo queremos entregar nuestros folios con las reservas del vuelo interno Delhi-Varanasi para que a cambio nos proporcionen los billetes. No rediseñar las rutas de la aerolínea. No invadir su espacio aéreo. Pero una aspiración sencilla se transmuta en algo tremendamente complicado. Nos ofrecen chai, agentes de viajes que nos diseñen la ruta por el país, alojamientos de todo pelaje, taxis, empanadillas rellenas de carne picante... No hay manera. Nos remiten a otra oficina, la más cercana. Por supuesto, a unos 4 kilómetros de donde estamos. ¿Qué es eso en Nueva Delhi? Otro rickshaw, otra emisora de radio, esta de rico folclore rajastaní, más polvo y... segunda oficina. Casualmente la que nos había señalado el primer conductor. ¿Va a ser que él tenía buena fe y nosotras ninguna? No.

- Hello! We would like to change our reservations for the tickets.
- Mmmh... Let's see... Oh, it's not possible.
- But... Why??
- Well... We can do it for you. Little money!
- ¿¿Qué dice de poco dinero??
- ¿Italianas?
- ¿Paciencia lleváis, chicas? ¡No, no somos italianas! Dice que él nos hace la gestión. Cobrando, claro.
- ¡Ah, no! ¡¡Yo no pago un euro por lo que podemos hacer nosotras!! ¡Qué morro!
- Vale. Please, if we can't do it in this office, tell us where could we go.
- Oooh, there's no hurry... Do you want some tea? And we talk about it, señoritas...
- Y dale con el puto té... ¡Que no!



Mapa, autorickshaw, otros veinte o treinta minutos saltando entre carros, vacas, bicis y carrozas así como rocieras, celebraban el día de alguna de sus deidades. Teniendo el hinduismo más de mil, Delhi siempre es una fiesta. Las dos y media de la tarde. Tercera oficina.

- Tenga, las 150 rupias. Gracias.
- Pero... Aquí pone que han cerrado durante un rato, que vuelven luego...
- ¿Dónde?
- ¡¡En este cartel pegado con cello!!
- Adiós. ¡¡¡Corre Ana!!! ¡¡Llama al del rickshaw antes de que arranque!!

Ana sale corriendo. En vano, claro. A nuestro último conductor ya se lo ha tragado una nube de polvo. No pasa nada, aprovechamos para comer algo por ahí, unos fritos rellenos de algo tan condimentado como para conservarlo una década que venden en un puesto callejero. Aparte de hacer llorar y no permitir adivinar de qué van rellenos, están bien. Tras verme probarlos Guren y Ana no se arriesgan, normal. También nos regalamos un cucurucho de cacahuetes y unas mandarinas. Ya nos sentaremos a una mesa como señoras para cenar. Reposamos un poco tomándonos el siguiente té de la jornada, éste elegido, y... ¡a por ello!

En la cuarta oficina de Indian Airlines tampoco conseguimos lo que queremos, que si hay un problema con las fechas, que si se les ha estropeado internet y no pueden verificarlo... En fin, ¡la vida! Así que hacia las seis de la tarde decidimos en asamblea acercarnos a la sede central de la compañía. ¿Por qué no? Media hora más de caracoleo que ya no nos hace tanta gracia como a las once de la mañana y nos apeamos a la entrada del clásico edificio oficial de mármol negro y puerta acristalada, circundado por un jardín que en esta región de India se consideraría frondoso. Nada más traspasar el umbral nos recibe una maravillosa bocanada de aire acondicionado. Todo está impoluto, los uniformes de los empleados, el suelo, el mostrador, los sillones de cuero para el cliente... Hemos entrado en otra dimensión.

- Esto no es Indian Airlines, ¡es otro mundo!
- ¿No tenéis la sensación de estar como muy sucias de repente?
- Bastante.

Y sí, claro. Llevamos encima unas ocho horas de polvo, sudor y arrugas progresivas en la ropa a 36 grados, mientras que la señorita que nos atiende con un pelazo azabache brillante recogido en un moño impecable, blusa blanca y falda lápiz negra se ha conservado sin mácula en esta cámara frigorífica. Tras conversar afablemente con ella y exponerle el trámite que desearíamos formalizar a la mayor brevedad posible, repetir lo mismo a un segundo empleado y más tarde a un tercero, nos enfilan hacia un pasillo blanco. Éste desemboca en un pequeño laberinto de subpasillos más pequeños, salas de reuniones, cajas de cartón amontonadas y... voilá! ¡¡¡El despacho del señor Presidente de la compañía!!!

Entonces me doy cuenta de que estamos desarrollando punto por punto el mito del héroe. Partíamos con una misión, hemos seguido todos los pasos, superado diversas pruebas y obstáculos, recibido la ayuda de algún personaje benefactor -un vendedor ambulante que nos hizo un 3x2 con las empanadillas- y... el final del camino me toca hacerlo sola.

- Total, ya que eres tú la que más inglés hablas... Te esperamos ahí sentadas, si eso.

Bueno, pues aquí estamos. Ante un hombre de cuarentaytantos años que luce una considerable mata de pelo bien domada con brillantina, raya a un lado, ojos profundos de mirada inteligente y actitud cordial. En dos minutos formamos equipo y convenimos que, efectivamente, cambiar las reservas por billetes es una gestión nimia, en uno más hace que un empleado salga con nuestros folios y vuelva con los tres billetes de avión -contengo la emoción y no me lanzo a sus brazos-, y en un minuto más me ofrece el cuarto o quinto té de la jornada, que, por  supuesto, sorbo cortésmente mientras charlamos un poco de la profesión periodística y de si el motivo de nuestro viaje era ocio o trabajo.

¿Funcionó en este tramo final el hecho de haber notificado a la primera empleada de Indian Airlines nuestra profesión? ¿Decidieron que para la imagen de la compañía siempre sería mejor tratar bien a unas potenciales alimañas de la prensa europea? ¿Cualquiera que acuda a esa sede tiene la oportunidad de departir acerca de sus problemillas burocráticos con el señor presidente? No lo sé... ¡Probadlo!

Al día siguiente, ya lavadas y peinadas, con un criador de caballos que nos aseguró ser marajá.