viernes, 30 de agosto de 2013

Pensiones


Pienso en los alojamientos sencillos y económicos que he encontrado alguna vez en La Alfama lisboeta, encajados entre ventanas floridas en una cuesta escalonada y tapizada de azulejos blancos y añil. Con una distribución interior anárquica y sorprendente y mobiliario de distintas épocas que se encuentran o desencuentran, pero siempre generan una atmósfera vagamente obsoleta, como de haberte caído por un agujero en un rincón del siglo XIX. Un remedo breve del Aleph borgiano.

También puedo pensar en cuchitriles con catre, sábanas que nacieron blancas y se perdieron por la senda de los parduscos, mesilla de formica y lámpara de luz mortecina. Pero no quiero.

Así que termino derivando en lo que son hoy las pensiones de las que vive buena parte de la población, y sobre todo, en lo que no serán. Leía esta semana mientras preparaba el reportaje del día que en Euskadi los jubilados cobran, de media, 1.060 euros, más que los madrileños, catalanes, manchegos… y mucho más que los gallegos. Un 3,2% más que el año pasado, dicen las estadísticas. Pero unos señores pensionistas se me han reído a la cara cuando les he trasladado estos datos, porque resulta que como ha subido el precio de los productos, de los servicios que pagamos, y de los impuestos que también tenemos que apoquinar, el poder adquisitivo que tienen nuestros padres y abuelos es más pequeño de lo que parece. Así son las cosas, mientras la tijera no las alcance de lleno, en la realidad de las pensiones.

La duda es cómo serán en diez, veinte o treinta años. Hoy por hoy, a mí me cuesta imaginar que una cantidad que me permita vivir decentemente me vaya a ser ingresada en cuenta cada mes cuando cumpla los 65. Y eso que la cantidad en cuestión la habré generado yo misma, si consigo mantenerme trabajando y cotizando, durante toda mi vida laboral. ¿Pesimista? Cada vez es más precario el empleo, los contratos para más de tres meses se han convertido en una joya en medio del fango, acumular antigüedad está al alcance de cuatro funcionarios, los salarios que recibimos por el mismo trabajo son más bajos y despedirnos resulta baratísimo. Somos menos los que cotizamos, y cotizamos menos. 

Claro, existe la opción de tratar de blindarse un poco el futuro mediante un plan de pensiones, pero ¿por qué seguir alimentando la privatización? ¿Por qué tenemos que asegurarnos de manera privada una garantía que ha de ser pública, porque es uno de los pilares de ese Estado del Bienestar que construimos hace décadas? Hoy vivimos en un malestar permanente, pero en ocasiones, hay destellos que nos hacen replantearnos lo que percibimos como realidad abrumadora. 

Un pensionista me alertaba el otro día. Venía a decirme que la idea de que nuestra generación no va a tenerpensiones que cobrar es mentira, es lo que quieren hacernos pensar. Sagacidad reposada. En la generación de un estado de opinión siempre subyacen intereses, los de la banca, los de un partido, los de un gobierno. Sabemos que la estrategia del miedo siempre funciona. Y a pesar de ello, seguimos cayendo en la trampa.