martes, 3 de marzo de 2015

Gracias, Mr. Taylor

La seducción, por suerte, carece de códigos y normas. O quizá se ajustaría más a la realidad reconocer que cada cual creamos y aplicamos los nuestros. Con los años me he dado cuenta, por ejemplo, de que durante una buena época de mi vida, además de a los amigos he grabado cassettes, y después cds, a los chicos que me gustaban para sugerirles bandas sonoras que a mí me parecían imprescindibles si uno quería llevar una vida que pudiera llamarse vida. Trucos hay mil para hechizar, muchos de ellos rompen la cáscara y despliegan su plumaje desde el inconsciente, por eso en no pocas ocasiones ni siquiera detectamos que estamos sacando todo el armamento a la calle.

Pero tan divertido como esa relativa ingenuidad es que a la inversa la cuestión funciona de modo parecido. En ocasiones tampoco sabemos muy bien qué es lo que nos atrae de una persona, de un lugar o de una situación hasta que desmenuzamos el asunto en compañía de alguien de confianza o en una de esas conversaciones con uno mismo que de vez en cuando se cuelan en nuestra rutina diaria. Resulta que hace poco ha muerto en París el creador de los Barbapapá, Talus Taylor. Yo me he enterado hoy, y la verdad es que me ha dado pena.

Familia que habita en una estantería de casa, aumentada por Wall-e y Eva.
Me recuerdo de pequeña, fascinada ante los miembros de esta maravillosa familia con superpoderes, algo que en secreto, cuando dejamos de ser niños seguimos ansiando tener, claro. Ser invisible y volar eran mis dos grandes deseos. Durante una temporada, a raíz de haber visto en TV una de las quince mil versiones que se han hecho de un clásico, El hombre invisible, me pasé los días y las noches tratando de atravesar como hacía él las paredes de casa, empujando suave con la punta de los dedos en la convicción de que así podría llegar a pasar todo el cuerpo a través de aquellos muros infranqueables. Por supuesto, probé con todas las paredes y rincones, para mí la clave era encontrar el punto en el que la realidad cedería a mi fortaleza mental. Y... efectivamente. No lo conseguí, pero os aseguro que no fue por no intentarlo. Si ese hombre transparente podía hacerlo, ¿por qué yo no? Bien. Del superpoder de volar y el videoclip de Pink Floyd Learning to fly podemos hablar otro día, pero cuando descubrí a la familia Barbapapá me di cuenta de que también quería ser como ellos.

¿Cómo no vas a dejarte seducir por esa maleabilidad infinita? Barbapapá se convertía en pasarela para ayudar a los animales que huían de un incendio en el bosque a subir a una barca, Barbamamá en bañera para que sus hijos pudieran chapotear tranquilamente entre sus brazos, Barbalala no sólo tocaba instrumentos, sino que si quería ¡ERA un instrumento! ¿Qué mayor placer puede haber que ser momentáneamente aquello que te hipnotiza? Un piano, un río, el viento, una hoja... Eso lo contiene todo, cualquier otro deseo y aspiración.

Hoy se me ocurrirían decenas de posibilidades, presidenta del FMI para dar un golpe de timón a la macro y la microeconomía mundial, Juliette Binoche o Julianne Moore para ponerme intensa y dramática durante hora y media, pero bien, Rossy de Palma, para reirme de todo y estar estupenda con un cactus en la cabeza, Paul Auster, Roberto Bolaños, Luis García Montero o el querido y antiguo Benedetti para lo obvio, Patti Smith, Black Francis, Micah P. Hinson, Debbie Harry y Keith Richards para caminar por algunas sendas del lado claroscuro un rato, Ryuichi Sakamoto, Abdullah Ibrahim y Michael Nyman para convertir las vidas de los demás en películas interminables, Helena Christiansen para saber cómo es manejar una belleza considerable y después encontrar tu sitio. Y taza de caldo caliente para calmar el martes de febrero a cualquiera que esté pasando frío y angustia en la calle, cámara de fotos para atrapar el instante en que bajan la guardia estética nuestros políticos -la ética no sé cuándo estuvo arriba-, menestra de verdura de mi madre para ver cerrar los ojos de placer a todo el que la prueba, rayo de sol de invierno para hacer pararse sobre una baldosa y ronronear a gatos, perros y hombres, cala balear para paladear la alegría del que me encuentra después de caminar entre pinos y sabinas, cama de dos metros y edredón de plumas para acoger sueños, amores y tempestades... En fin.

En este caso sí que sabe una por qué se dejaba seducir. Descanse en paz, Mr. Taylor.