jueves, 16 de junio de 2011

Operación Rescate!

Estaba abandonándome al vagabundeo por la red bien armada con los cereales del desayuno a un lado del ordenador y el café al otro, como un Clint Eastwood en pijama, y me he encontrado con un auténtico tributo al make-it-yourself vía postales. Una página donde artistas de Berlín, NY, Tokyo, Madrid y Londres te ilustran y te cuentan sus rincones preferidos. Iba a decir "postales de las de toda la vida", pero me he dado cuenta de que como son una especie en vías ya muy aceleradas de extinción, probablemente habrá ahora mismo una generación que no sepa ni de qué hablo.

http://inbox12.blogspot.com/ 
Las postales eran un trozo de cartulina que tenía por un lado una superficie en blanco donde tú escribías o dibujabas algo, unas líneas finas en negro sobre las que consignabas la dirección del destinatario y el rectangulito donde tenías que estampar el sello, y por el otro una imagen casi siempre brillante. Brillante el acabado de la cartulina, la imagen no tenía por qué. La imagen podía ser, por ejemplo, esa puesta de sol tópica que todos fotografiamos alguna vez en la vida, una vista aérea en blanco y negro del Trastevere romano, una colada al viento sobre una fachada desconchada en Grecia, una ilustración a carboncillo de una mujer desnuda recostada... y una paella gigante con banderitas y nombres de pueblos, una flamenca con una falda de volantes de tela acrílica que podías tocar, incluso levantar -no había nada debajo, la flamenca con otra falda- y un tipo agarrándola prieto de la cintura vestido como la botella de Tío Pepe... Y lo bueno que tenía la postal es que tú te ibas de viaje a cualquier lugar del mundo entre Estella y Sidney, y a los pocos días de llegar a ese destino deseadísimo te la encontrabas esperándote en cualquier esquina, librería, gasolinera o café, escribías cuatro cosas y dibujabas la quinta para hacer pasar envidia a quien se la enviabas, o para confirmarle que algunos tópicos tienen una base pavorosamente real, tú seguías tu viaje, volvías a casa y después llegaba esa postal. Lenta, pero segura.

Al destinatario le embargaba la ilusión de constatar que tú habías pensado en él o en ella durante ese viaje por lo menos el tiempo de ir a por la tarjeta, escribirla sentada en una terraza con el Danubio de fondo, y encontrar un buzón o una estafeta de Correos, cosa que podías no conseguir hasta el último día. A ti, ver esa postal te devolvía al momento en que mirabas el transcurrir de ese pedazo líquido de historia que es el Danubio con un café humeante que no es quizá el que más te gusta, pero estaba bien porque te lo estabas tomando en Budapest.

Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Junto con las naves en llamas más allá de Orion. Por eso, cuando hace unas semanas metí la mano por la ranura del buzón y saqué una postal con la flamenca y su falda de volantes acrílica la sonrisa me duró cinco pisos de escalera, y si hubiera podido, me habría acercado empapada bajo la lluvia ácida a dar un beso en la mejilla al Nexus-6 más sensible en la terraza del edificio Bradbury.

2 comentarios:

  1. He leído tu artículo en http://esehiloinvisible.blogspot.com/ , me ha traído gratos recuerdos y creo que puede gustarte una anécdota que me ocurrió un día con una tarjeta postal. El caso es que durante muchos años he recibido postales de un amigo periodista (Juantxo Cruz) que ha viajado por diversos lugares del mundo. El me envió recuerdos desde sitios que a mi me hubiera gustado visitar y a su vuelta me contaba sus peripecias, sus experiencias y me mostraba fotos y souvenirs de sus viajes. Yo procuraba corresponderle con el detalle y también le escribía desde mis destinos cuando viajaba a extranjero. Un día, crucé el continente negro y aterricé en el corazón de África. Aquel viaje me llevó a la República Democrática del Congo. Cuando llegué a la capital, Kinshasa, los primeros días me alojé en le Gran Hotel Kinshasa. Viajaba como periodista enviado especial para La Gaceta de los Negocios con otros periodistas y empresarios europeos. Había llevado postales para escribir a los amigos desde un lugar lejano para muchos y cercano para algunos. Es el infierno en la tierra con vida en la tiniebla y muerte en las calles pero un lugar inolvidable que roba el corazón y te hace amar al ser humano. Pues allí, después de escribir mi postal para mi amigo Juantxo, pedí un sello al responsable internacional de información del Gran Hotel Kishasa, el mejor hotel y uno de los pocos de un país de 70 millones de almas. Este director de comunicación habló con un superior suyo y fianálmente me llamó. Me recibió en su despacho con su secretario, mi interprete de suajili y responsable de mi seguridad y otros tres periodistas, un holandés, un francés y otro español, que necesitábamos lo mismo: un sello. El director de comunicación me dijo, hablando en Francés: "Urbano, lo siento mi amigo. En R. D. Congo no sello. En Marruecos si, en Argelia si, en Tunez si, en Egipto si. En R.D. Congo no sello. Aquí, no casas, no calles, no dirección. No sellos. Lo siento Urbano, amigo mío. No sello". Y finalmente, a mi regreso a España entregué la postal en mano a mi amigo dando fé con mi palabra y mi corazón de que yo estuve allí, me acordé de él y volví para contarlo. Un abrazo Maite.

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  2. Qué bueno Maite!!
    Hasta el momento he tenido pocas ocasiones de viajar pero durante este rato me he trasladado a esos pocos lugares.... mmmm, qué rico!!!
    Ha sido todo un placer leerte junto a mi café mañanero... momentos así bien se merecen también quedar plasmados en mi colección de postales.
    Espero que las postales no se extingan porque a mí me queda mucho por viajar y mucha postal que enviar.
    Besotes!!
    Nagore.

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