sábado, 30 de abril de 2011

Viagra en Libia

Por un lado...
... afirma esta semana la embajadora de Estados Unidos en la ONU que las tropas fieles como perros falderos a Gadafi cometen cada vez más agresiones sexuales porque les reparten Viagra con esa intención. Un portavoz de las fuerzas rebeldes añade que los soldados de Gadafi han recibido la orden de cometer violaciones.

Por otro...
... un miembro de Save The Children asegura que hay muchos testimonios de agresiones sexuales a menores, pero que no están confirmados. La organización Human Rights Watch, que vigila por el cumplimiento de los derechos humanos, dice que no hay pruebas que sugieran que esas violaciones sean resultado de una política oficial ni sobre la distribución de Viagra.


Jerome Delay/Associated Press
Una mujer de unos treintaytantos años que se llama Eman al Obaidi irrumpió hace un mes en el hotel Rixos de Trípoli, donde se aloja la prensa internacional, gritando que A ELLA la habían violado. Milicianos de Gadafi, o matones de Gadafi, o asesinos a sueldo de Gadafi. Como pudo, antes de que la agarraran para sacarla de allí, escupió que iba sola, que la cogieron, la ataron, se mearon encima de ella y la violaron entre quince hijos de puta. El apelativo es mío. Que aquellos hombres habían bebido whisky y que la filmaron. En la recepción de aquel hotel se montó una revolución en segundos. Muchos periodistas de medio mundo trataron de entrevistarla, vieron los cardenales que tenía en la cara, las cicatrices y arañazos en las piernas y las marcas en pies y manos que indicaban que podía haber sido atada.


Moises Saman for The New York Times
Además de fotografiarla también la protegían, porque unos hombres que hasta ese momento habían pasado por miembros de la plantilla del hotel se lanzaron a por ella, llamándola traidora e intentando que esos cámaras y esos fotógrafos no se llevaran de allí un testimonio que en medio mundo conoceríamos en cuestión de minutos.


Mientras se la llevaban Eman al Obaidi aseguró que iba a la cárcel, que sabía que iba a ser detenida. Supongo que había llegado a ese punto en el que ya le daba igual todo. Había decidido inmolarse. Sus captores dijeron que la llevaban al hospital. Hoy no sabemos dónde está, pero un portavoz del gobierno de Libia, Ibrahim Mussa, comentó que los investigadores dicen que "ella estaba borracha y que podría tener problemas mentales". ¿Quiénes son los investigadores? ¿No tendría cualquiera problemas mentales después de sufrir una violación en grupo? Claro, también se lo pudo inventar. Pudo infligirse heridas medianamente creíbles y lanzarse al circo romano de cámaras sabiendo que después te va a tocar padecer lo que no se ha escrito y no se va a enterar nadie.

Además de náuseas, a una le dan ganas de meter a ese portavoz de gobierno en una habitación pequeña con quince tíos borrachos y fuera de sí para que le meen encima, le sodomicen, lo celebren y lo filmen, y así se rían después más veces compartiendo la tarde de video con él. A una le darían ganas sólo para que este hombre desarrollara un poco de empatía. Pero como hay leyes internacionales que protegen los derechos humanos de las personas, estas cosas no se pueden hacer.

No sabemos si a los soldados de Gadafi les reparten viagra o no, pero quizá no les hace falta. En esta asquerosa guerra, como en otras, parece que los soldados necesitan vengarse. O sólo desahogarse. Ahora me encantaría escuchar a algún portavoz de la OTAN o de las fuerzas armadas de cualquier gobierno hablando de los daños colaterales.

lunes, 18 de abril de 2011

Lo suyo es una bazofia intragable

1. Cada día recibo ocho o diez manuscritos, en general carentes de interés. La única alegría que me ha deparado el día de hoy es que el suyo me ha hecho librarme de la cena de anoche.
2. Podría decirle que su obra se aleja del estilo de nuestra editorial, o que hemos rebasado ya el número previsto de libros a publicar este año, pero a pesar de no conocerle de nada, le daré un consejo de amigo. Ponga una ferretería.
3. Seamos honestos, señorita Esparza. Todo el mundo es capaz de juntar letras. Algunos consiguen hacerlo con cierto sentido. Pocos resultan interesantes. Y sólo un par de decenas logran vivir de ello. Usted se encuentra entre los primeros.

¡Me habría encantado que las dos editoriales que rechazaron en su día mi libro de relatos me hubieran dado cualquiera de estas respuestas! En el momento me lo habría tomado mal, sí, y me habría acordado muy injustamente de la mala madre que trajo al mundo a esos asquerosos reprimidos revisores de manuscritos. Pero después me habría meado de la risa con mis amigos. Es lo que tienen este tipo de comentarios afilados, que primero duelen, pero luego ya, cuando te sacas el puñal, te desternillas. En cambio, lo que recibí a las semanas de enviar mis cuentos con la misma ilusión sin estrenar que uno usa para su carta a Olentzero o a su jefe pidiéndole que deje de respirar, fue una sucinta frase. "Su obra no se ajusta al estilo de nuestro catálogo editorial". Bueno. Bien. Bien, no. ¡¡¡Mal!!! Ahí la inseguridad de escritora primeriza se crece, se te viene arriba y te atenaza impidiéndote acercarte de nuevo a la oficina de Correos a enviar nada a nadie durante un tiempo. Te crees una mierda, te miras al espejo y preguntas a tu careto desolado cómo pudiste pensar que a alguien le gustaría leer lo que escribes. Después, en plena pelea con esa viscosa inseguridad, va Javier Ortiz, te pregunta que si escribes algo o qué. Le dices que sí, que le pasas esos cuentos que intentas colarle a una editorial por primera vez. Él se los lee y te suelta que se los va a hacer llegar a los de Akal, de Madrid. Y al tiempo van los de Akal y te llaman personificados en un señor con voz grave para darte La Noticia: que te publicamos el libro. ¿¿¿¿Qué???? Y tú le vacilas pensando que el señor que te llama es un amigo cuya voz aún no has reconocido porque vas en taxi y entre lo que te habla el taxista sin ninguna necesidad y el ruido que entra por la ventanilla bajada es imposible identificar a ese cabrón que está jugando con algo que te importa tanto. Venga... ¿quién eres perraco? Pero resulta que todo es real. Entonces pides disculpas al señor de la editorial y la voz grave por haberle insultado, también sin ninguna necesidad, caes de rodillas al bajar del taxi y agradeces a Javier Ortiz, esté donde esté, el papel que tuvo en esta historia.


This is, tal cual ocurrió, the making off de la publicación de Hay cosas que conviene no preguntar, Ed. Akal, Madrid 2008, vivido desde la perspectiva de la propia autora. Y así fue también como vine a constatar una vez más el peso que tiene en nuestras vidas el destino, el azar, la casualidad, la causalidad o como os venga mejor llamar a esos sucesos que nos ocurren a veces. Como cuando un rayo de sol atraviesa las nubes y se clava ante tus pies.

¿Por qué me he acordado de esto hoy? Ya que estoy jugando en casa, lo cuento. Por un lado, una persona amiga me ha preguntado qué tal fue mi libro. Le he contestado que fue. Me alegró infinitamente cuando lo tuve entre las manos, como el bebé recién parido que era. Unas cuantas personas me hicieron llegar sus comentarios en vivo y otras por facebook tras haberlo leído y eso me alimentó la sonrisa interior durante tiempo. Lo demás me lo ha alimentado muy poco, porque hoy es el día que no sé cuántos ejemplares se han vendido, pero dudo que pasen de los quinientos, y teniendo en cuenta que la autora se llevaba 0,90 euros por cada libro vendido... -hala, ¡rompamos la magia editorial!- está claro. ¡Hagan juego, señores! Con un par de cenas y un fin de semana en Barcelona me pulí los beneficios.

El otro camino por el que he vuelto hoy a esos recuerdos ha sido algo que he leído en internet. Que otro señor que se llama Iñigo García Ureta ha publicado Éxito, un libro sobre el rechazo editorial. Una recopilación, intuyo, de jugosas anécdotas como la que relata que el editor Alfred Knopf envió esta respuesta a todo un historiador de la Universidad de Columbia: «Su manuscrito jamás formará parte de nuestro catálogo. En su momento dudaba yo de que el tema valiera un pimiento, pero ya no me cabe la menor duda. Déjenos en paz, MacDuff». ¡¡Grande!! No sé si arrancaría una media sonrisa a Mr. MacDuff pero sí sé que si Javier Ortiz lee esto desde donde sea que esté, seguro que con temperatura tropical y divirtiéndose en condiciones, le dará un ataque de tos de pura carcajada.

Ana María Moix, que ha vadeado el río desde las dos orillas, como editora y como autora, debió de decir en una ocasión que una mala novela no mata a nadie. De aburrimiento, sí. 






martes, 12 de abril de 2011

Dersu Uzala



Dersu muestra al Capitán lo importante que es el sol. Y la luna. Y el fuego, que grita y habla como una persona, y el agua, que está viva, y el viento. El fuego, el agua y el viento son tres personas poderosas para Dersu, y así se lo hace entender al Capitán. Es uno de los momentos más bellos que encierra esta película de Kurosawa. Un homenaje a la amistad pura, limpia y sin trampas, el más increíble que he visto hasta ahora en el cine. Una relación entre dos hombres que proceden de mundos completamente distintos, la supervivencia del cazador instintivo en la naturaleza sobrecogedora de la taiga rusa y el espíritu aventurero del militar honesto y buen jefe de su destacamento. Su amistad se va construyendo de pequeños consejos sabios, de mostrar el camino en silencio, de favores corrientes entre personas que trabajan y caminan juntas como son salvarse la vida uno al otro en condiciones extremas. Y también de despedidas y reencuentros felices. 

Cuando Dersu y el Capitán vuelven a verse tras cinco años sin saber nada uno del otro pero pensándose muy a menudo, como nos recuerda el Capitán en su diario, ríen como dos niños. No necesitan decirse nada. Y los chicos del destacamento, en torno a una hoguera en mitad de la noche, les dejan disfrutar a solas, en un aparte, de esa alegría fácil rodeándolos con una canción... 
"- Tú, mi águila de alas oscuras,
¿dónde has estado volando tanto tiempo?
- Estuve sobrevolando las montañas,
donde todo era silencio".

Si has llegado a esta secuencia y no lloras, es que estás muerto. Supongo que algo especial se le cruzaría también a Orlando Bloom cuando vio la escena nocturna, porque ese diálogo de haiku es el que lleva tatuado  en sus brazos, la pregunta en uno, la respuesta en el otro. No quiso explicarlo en una entrevista de promoción cuando el periodista le preguntó qué significaba, dijo que era algo personal. Y sí, lo es. Lo que te provoca escuchar esas palabras cantadas por un coro de hombres y los territorios íntimos a los que te lleva Kurosawa en cada secuencia de esta película son algo privado. La película se puede compartir. Ese hilo invisible que te une a ella, no. Es lo que tiene el arte. Este hombre se merece un altar. Él sí que hace milagros.

sábado, 9 de abril de 2011

Listos y tontos

Mientras me ponía una piña y unos tomates raf -los únicos que saben que son tomates y no creen que son pepinos-, mi frutera de cabecera se alegraba por lo bien que me está sentando este tiempo sabático. A ella le encantaría tener los sábados libres, no viajar durante medio año por el mundo o que le toque el sueldo nescafé para toda la vida, no. Tener los sábados libres. Echa de menos todo lo que no puede compartir con su gente ese día de la semana. Para eso sólo le queda el domingo.
- Coged a alguien los sábados, le sugerí como si fuera Punset, con la clave de la felicidad oculta entre los rizos.
- No. A la clientela le gusta vernos siempre a los mismos. Si no, no se fían.
- ¿Qué creen? ¿Que el nuevo va a apoyar el codo en la balanza cuando ponga encima los tres limones?
- Mmmh... Algunos sólo quieren que les atienda yo, otros sólo quieren con Mari y otros con Jose. Piensan que les vas a engañar.

¿¿¿Piensan que les vas a engañar??? Tendría que ser idiota la frutera para perder así un cliente, ¿no? Como dudo de que esos clientes piensen que mi frutera es idiota, sólo se me ocurre una posibilidad: hay personas genéticamente desconfiadas. O jodidamente desconfiadas, que vendría a ser lo mismo. Quizá la Humanidad se divide en dos clases de seres: quienes pondrían los brazos y las piernas sobre una hoguera por cualquiera y quienes siguen un mantra tatuado en algún recoveco del cerebro, piensa mal y acertarás. Los primeros pueden resultar ingenuos y hasta imbéciles. Los segundos se consumen en esa pobreza de espíritu y en ese sinvivir permanente. Qué agotador tiene que ser buscar siempre la peor posibilidad, ponerse en el escenario más tormentoso, imaginar que en cuanto bajes la guardia te va a caer ese golpe en la nuca. Cuánta energía perdida. Claro que la vida te lleva a desconfiar en ocasiones, por aprendizaje y por puro instinto de supervivencia, pero si la frutera nunca te ha metido una manzana medio podrida, ¿qué te hace pensar que eso es lo que en el fondo quiere hacer?

Trabajando me ha tocado conocer a algunas personas, pocas por suerte, que ven enemigos cercándoles continuamente, creen que todos quieren hacerles la cama, quitarles el sitio y metérsela doblada. Todo al mismo tiempo. Un psicólogo hablaría de trastornos serios, manía persecutoria, paranoia, complejo de inferioridad... pero como esos seres suelen despreciar a los psicólogos y a los psiquiatras y parece que tampoco tienen amigos de verdad que les digan lo que les pasa, andan sueltos por el mundo, con sus enfermedades sin diagnosticar. Haciendo el mal para adelantarse al mal que seguro que les van a hacer. Asomándose al hombro de su frutera para que no les cuele una manzana medio podrida pero sin darse cuenta de que lo que tienen podrido es el cerebro. Qué listos son.

sábado, 2 de abril de 2011

La ardilla que nos acompaña

Hace un rato, recién despertada al albor de la mañana (al albor... Valentina. Crónica del alba), me he encontrado mirando hacia unos colgadores escondidos tras la puerta. Ahí viven bolsos y gorros en tranquila compañía. He visto una ardilla encaramada a una columna. Tenía la clásica postura de las ardillas cuando están royendo la nuez que llevan entre las patas y un bolso negro colgado al cuello. Ese bolso pesa poco, lo conozco bien, no hay peligro de que muera degollada. Me he acordado del mono misterioso que acompañaba a Tea-Bag, la protagonista de un libro de Henning Mankell que leí hace poco. Al poeta engreído y estúpido que actúa como narrador en este libro le parecía ver a ese mono asomar bajo el anorak de Tea-Bag en los momentos más inopinados. Es un mono con mucha carga simbólica, acompaña a Tea-Bag desde que huyó de su aldea africana, cruzó en patera con ella el estrecho y la siguió hasta Suecia, donde transcurre esta historia. Puede existir o no, pero siempre la acompaña.

Yo nunca había visto a mi ardilla antes. Conforme la luz ha ido transformando la habitación he pensado que quizá lleva toda la vida conmigo, desde mis veranos de infancia en Ganuza, para que a mí tampoco se me olvide de dónde vengo. De unos veranos de coger cabezones en una charca y meterlos en tarros de cristal a rebosar de agua para dejarlos escapar después. Menos uno, que nos llevábamos a casa para ver cómo le brotaban las ancas y se convertía en rana. De machacarnos a bolazos chorreantes de musgo en interminables guerras dentro de un canal de riego para que después nuestras madres clamaran a los cielos, las tormentas y los huracanes cuando tenían que desenredarnos las hebras de musgo seco de la melena. De jugar al escondite en un radio de medio kilómetro desde el centro del pueblo que nos llevaba a agazaparnos junto al cementerio viejo con el corazón enloquecido por la carrera y nos dejaba sin respirar mientras apoyábamos la espalda en la tapia y nos partíamos el cuello de puro mirar hacia atrás por si alguien o algo saltaba esa tapia de dentro hacia afuera. De frotar en la pendiente de piedra del lavadero el bikini y la camiseta tras horas saltando y buceando y nadando en la piscina con un vaso de ariel que se nos derramaba por el camino para que luego nuestra madre dijera ¡qué limpios han quedado! y conforme salíamos de la cocina se agachara para meterlos en la lavadora.

Son las siete y media de la mañana y la luz ha cambiado. He vuelto a mirar y la ardilla ya no estaba. En su lugar he descubierto un gorro de cazador canadiense de piel falsa, justo encima de una serie de cosas sin sentido colgadas a su aire y con un bolso negro al lado que conozco bien y que nunca degollaría a una ardilla. Todos hemos jugado a adivinar qué es la nube que tenemos encima. Un perro que vuela. Sí, como el de La Historia Interminable. Un dragón. Es Mortadelo, ¿no ves las gafas? Una llave inglesa. Tu padre cuando llegas tarde a casa. No, el tuyo. Y todos necesitamos recordar de dónde venimos.