Hay días como hoy, un martes ventoso. Pero a ti el viento te gusta, te encanta que te revuelva el pelo, las ideas y todo lo que lleves demasiado sujeto. Hay días como hoy, un martes en que no ocurre nada salvo lo de todos los días, más Bárcenas y su mujer, más Urdangarín y su suegro, más paro en Euskadi, amenaza de más IVA, más manifestaciones de profesionales en paro... Quizá por eso, buscando el equilibrio tu péndulo oscila hoy hacia el menos, menos preocupaciones, menos hartazgo, menos fango y consigue que te olvides de que ni tú ni unas cuantas de las personas a las que más quieres tenéis ahora mismo un trabajo al que acudir cada día.
Sólo es un martes, y te levantas prontísimo para estar en la otra punta de la ciudad en clase de inglés a las ocho. Y resulta que hoy unos cuantos habéis llegado menos dormidos que de costumbre a esa hora en que cuesta edificar pensamientos racionales y la mente aún se guía por las claves mágicamente indescifrables de la inconsciencia nocturna. Al estar más despiertos habéis podido sostener un debate sobre la investigación con células madre casi como profesionales, con intensidad y algunos argumentos bastante decentes, creyéndoos lo que defendíais. ¡Y os lo habéis pasado bien! Al salir de esa puesta a punto, el viento había amainado un poco y aunque chispeaba, la calle seguía pareciéndote mucho más seductora que el metro, así que has venido bordeando la ría hasta casa, disfrutando de las gotas de agua en la misma medida en que hace unos días huías de ellas. Había perros, había una mujer de cincuentaypocos haciendo running sin prisa -ya no se hace footing-, y había un hombre de sesentaytantos que también se había lanzado a esto del trotar, pero con su pantalón de pana, su jersey de lana grueso y sus chirucas. Free style. ¿Por qué no, ahora que todos vamos o de Adidas o de Domyos? Al llegar a casa has soltado la mochila ahora que vuelves a comprobar el peso que tiene y el lugar que ocupa el saber, y has entrado en plena sintonía con los colegiales de nueve años que ya sufren de la espalda. Has decidido premiarte, y te has preparado un café y unas tostadas con aceite de oliva y un tomate kumato increíblemente sabroso, porque redesayunar es uno de los placeres que nadie debería hurtarse, y con esa nueva energía te has adentrado en la selva de señoras listas y combativas que es el mercado.

Así que... sí. A veces el menos es más que el más. Y hay días en que te enamoras de la vida otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario