lunes, 9 de noviembre de 2015

... recitando a Petrarca de memoria

Llevo noches repartidas al azar entre varias semanas haciéndome trampas al solitario. Deseando sentarme a escribir pero cogiendo una revista para echar un vistazo a dos páginas antes de dormir. Abriendo una edición en inglés de cuentos de Rudyard Kipling para leer página y media antes de dormir. Revisando casi inconscientemente cuestiones del guión, del trabajo, un cuarto de hora antes de dormir. Recogiendo por el suelo de casa lo irrecogible veinte minutos antes de dormir. Cualquiera que tenga niños en casa lo sabe, pretender poner orden en un espacio donde siempre termina reinando el niño es una labor a medio camino entre castigo mefistofélico y laberinto borgiano, te ves atrapado por un loop infinito en el que conforme crees que avanzas descubres que sólo te estás moviendo en círculo. Y así todos los días, voy sembrando el camino al ordenador de pequeñas actividades que me distraen.

Como desde que traje a mi amor de bebé creciente al mundo hice un pacto inconsciente conmigo misma, que consiste en que el tiempo que no es trabajo ni sueño va íntegro para él, escribir viene a ser sinónimo de robar horas al sueño. Porque al trabajo no hay quien le robe un minuto. Y a mí, que, siendo una persona de dormir entregado y fecundo, llevo año y medio acudiendo varias veces cada noche a la llamada de esa alegre, risueña y demandante criatura mía -llamadlo naturaleza, llamadlo demencia-, qué queréis que os diga... yacer me viene bien. Me gusta. Siempre he pensado que quien inventó la cama y quien parió el nórdico merecerían efigies y paneles con su rostro del tamaño que gastan los líderes norcoreanos.

Todo esto para decir que han confluido los astros. Por un lado, un amigo fan agradecido de lo que escribo me preguntaba este sábado si no pensaba volver a teclear algo en un futuro cercano. Por otro, leo hace un rato algo que publicaba en su blog otro amigo acerca de su amor de juventud a la poesía, lo que me lleva de la mano a la capacidad mágica que infunden los versos a quien los frecuenta de evadirse hasta esfumarse de cualquier entorno en que se encuentre. Y una cosa y la otra me han llevado a recordar algo que escribió Luis García Montero y que me apropié desde que alguien lo convirtió en un regalo para mí en su día, hace algunos años, y desde entonces saco a pasear íntimamente contenta siempre que tengo ocasión, como solemos hacer con los obsequios acertados. O con los perros de porte elegante y generosidad contagiosa. Porque las imágenes que proyectan estas líneas esconden historias que una vez vividas se guardan como joyas secretas, y porque a lomos de sus palabras viajo y soy otra.

Este otoño hábilmente disfrazado de primavera.

Cuando te quedas muda y decides regalarme París,
comprar la torre Eiffel para tender mi ropa,
si acaso me desnudas y no llueve.
Cuando insistes
en bordar las Meninas de Picasso
sobre todas las sábanas de Washington,
o viajar hasta Roma como quien busca un circo,
como quien pisa tierra después de muchos años
y a conciencia es feliz y es borracho.
Cuando me hablas de amor
o gritas que no importan la luz ni los relojes,
que es de noche y no piensas levantarte;
entonces
yo digo que estás loca y me respondes
recitando a Petrarca de memoria.


Buenas noches...



No hay comentarios:

Publicar un comentario