
Hace dos años que me la regalaron, un mes de enero, y aquella primavera tuvo un florecer rabioso. 21 flores blancas increíbles, perfectas. No sé si parir tanta belleza la dejó exhausta, pero al siguiente año de esos dos tallos no brotó nada. Pensé que había muerto y no lo sabía, ni ella ni yo. Aunque quizá sea su ciclo natural, desconozco. La cuestión es que esta es su tercera primavera en casa, y ahora mismo acabo de contar 18 brotes. Espectacular. Si continúan su camino hacia la luz del ventanal y se abren, ese rincón va a ser una fiesta. Y en eso estaba, con la imagen de las flores de cerezo japonés por el suelo y mi orquídea en pleno renacer, cuando me ha llamado una persona a la que quiero muchísimo para contarme que ¡¡¡está embarazada!!! ¿Cómo lo han sabido? Gracias a uno de esos tests que anuncian en TV y te dicen no ya que estás, qué fácil, sino de cuánto. Lo próximo será que nos diga de quién, seguro que a algunas les eliminaría mucha angustia del cuerpo. O se la inyectaría, claro.
Qué grande... Me he puesto tan nerviosa con la noticia de domingo matinal y perezoso como si me hubiera pasado a mí. Cómo es la empatía con la gente a la que quieres... Pero lo más curioso es que a su chico, que es un lince leyendo las señales que nos envía la vida, el resultado del test no ha hecho más que confirmarle lo que ya barruntaba, porque habían plantado en casa unas fresias, que son más bien de exterior, y las flores, contra todo pronóstico biológico, ¡habían nacido! ¡Ahí lo tienes! Quien quiere entender, entiende. Y la vida arrasa.