viernes, 30 de marzo de 2012

Gafas de cerca

David Rodríguez

Mari Carmen, no puede ser... Las cosas no son así. ¿Cómo se le ocurre a la hija de la Visi abrir hoy la mercería? No, espera, cómo le llama ella... ¡Lencería! Que mercería suena como a braga de abuela, me dice el otro día, a braga hasta el cuello. ¡No te fastidia! Ya le dije, qué quieres, ¿que me ponga un langa de esos que se os meten por todas partes? ¡Eso no abriga nada! Pues total, que hoy ha abierto la mercería. No le habrá tocado un piquete porque no la tiene en el centro, y a ese barrio nuevo no se acercan más que los vecinos, pero no me parece bien. Hoy la gente tiene que salir a la calle a quejarse, ¿no te parece? Tengo a los dos nietos que han terminado la universidad hace un año... Espera... Los de la Amaia acabaron Arquitectura y eso otro de las plantas, Jardinería no..., Botánica se llama, bueno, que los dos terminaron de estudiar hace tres años, hablan euskera, inglés, castellano, hicieron también un mástrer y no sé qué más, y nada. No encuentran trabajo. Y para uno que encontró el de las plantas, medio año en un sitio, ¡cobraba 700 euros al mes! ¿Tú te crees? Si mi difunto Pablo, sin estudios, el pobre, ganaba más en la fábrica... Vamos para atrás, es que vamos para atrás...

Tu hijo mismo, Mari Carmen. Ya sé que no te gusta hablar de eso, mujer, pero viene al caso, por eso estamos aquí, por eso hemos salido hoy a la calle, ¿no? ¿No dijiste el otro día que si lo despiden ahora va a cobrar la mitad de lo que tenía que cobrar? Y que, Dios no lo quiera, pero igual le despiden. Si ya han empezado con un ERE... eso no es nada bueno. Ahora todos hacen EREs... Estaba pensando en la mercería de la hija de la Visi. Que a ella le da igual cerrar hoy que no, si total, no tiene empleadas, está ella sola. ¿Y quién le va a ir a comprar en plena huelga y en ese barrio? Qué poco solidarios somos... ¡Ya sé! ¡Vamos a ir las dos mañana, cuando falten cinco minutos para cerrar, a por una faja! ¡Y si no tiene, que nos enseñe camisones! ¡Ya verás qué divertido! Tiene el mismo carácter que su padre... ¡Se cabrea como una mona!

Oye... Ahora que me estoy fijando... ¡Si no eres la Mari Carmen!

miércoles, 21 de marzo de 2012

¡Firmes!

David Rodríguez

No sé si son ustedes conscientes de la trascendencia de lo que voy a comunicarles. Como director de esta institución educativa me he creído siempre en el deber de hacer mejores personas a quienes deciden atravesar el umbral del St. George's School. Son ustedes realmente unos privilegiados por estudiar en este centro, que si por algo se ha distinguido a lo largo de sus 127 años de historia es por la excelencia que rige tanto sus principios como sus resultados educativos. Privilegiados, les digo, porque en esta región de India, incluso en todo el país me atrevería a afirmar, no serían capaces de encontrar ni empleando un detector de talento, si se hubiera inventado, un colegio como éste. Bien...

Usted, señor Deepak, no olvide que está estudiando gracias a una beca que ya ha puesto en juego en dos ocasiones con su mal comportamiento. Sé que en ambos casos usted no fue el brazo ejecutor, pero sí el cómplice. Una beca, le decía, que está a punto de perder. Dudo que a sus padres les resulte graciosa la notificación que recibirán esta misma tarde.

Usted, pequeño Aarush, ciertamente no tiene edad para comprender el sentido último de mis palabras, así que lo único que puedo reprocharle es haber elegido malas amistades para su desarrollo en esta temprana edad.

Pero usted, señor Sadu... Lo de usted... ¿Cómo lo diría?... ¡Si fuese adulto usted estaría en la cárcel! Me consta que fue el responsable de los robos de biblias hace dos meses... ¡Sí! ¡Me consta! ¿Acaso creía que no lo sabía? ¿Se considera usted más listo que yo? Es eso, ¿verdad? Y cuando selló con silicona, que seguramente le habría conseguido el señor Deepak robándosela a su padre, un hombre pobre pero dedicado al noble oficio de la fontanería, cuando selló con esa silicona la cerradura de la sala de profesores, del claustro y de todos los baños... ¿En qué pensaba? ¿Eh? ¿En qué estaba pensando? ¡Qué desgracia para su madre haber traído a este mundo semejante hijo!... Pero lo de esta mañana ya... ¡¡Lo de esta mañana es lo último!! ¿Cómo puede haber traído una bolsa de excrementos de vaca...? ¿¿¿Cómo puede haber traído una bolsa llena de mierda al centro??? Y sobre todo... ¿¿¿Cómo se le ocurre rebozar con ella mi sillón Luis XV de terciopelo??? ¡¡Es usted el propio hijo de Satanás!! ¡¡Malnacido!! ¡¡¡Un cabronazo es lo que es!!! ¡¡¡Y ahora mismo voy a llamar a sus padres!!!

- Toc-toc...
- ¡Sí! ¡Adelante!
- Disculpe, señor director... Eeeh... ¿Podría acercarse, por favor?
- ¡¿Qué quiere?!
- Tengo a los padres del señor Sadu esperando en el despacho de al lado hace diez minutos. Casualmente habían venido a firmar su donación económica anual para el centro. Debimos de haber hecho caso al conserje el pasado verano y reforzar estas paredes...




jueves, 15 de marzo de 2012

¿Te acuerdas?

David Rodríguez

Un par de cerezos japoneses para verlos florecer cada primavera. Los pétalos cubriendo desde mitad de abril la mesa de piedra, una rueda de molino gastada, y los dos bancos de madera de impecable diseño escandinavo dibujados por tu amigo Natxo. Teca envejecida, sencillos, rectangulares, suaves... daban ganas de pasarse toda la vida tocándolos mientras estabas sentada encima. Ni siquiera pusimos cojines, Natxo, claro que no. ¿Cómo vamos a esconder semejante obra de arte? A unos cuantos metros, un magnolio frondoso como un abuelo con catorce nietos, y al lado, la huerta. Pequeña. Sólo dos hileras de lechugas, unas cebollas, pimientos, tomates y un nogal, eso sí. Para partirnos la espalda cada año recogiendo las nueces del suelo. Sí, sí, los bizcochos de mi madre. Bien que te relamías después, no te quejes, siempre te comías el último trozo antes de dar tiempo a que se secara. Y un par de manzanos enormes y retorcidos, de los que dan esas reinetas orondas que perfuman la cocina semanas enteras...

Ese olor...

Si abrías las ventanas con viento del Este toda la casa olía a campo. Tú estabas justo ahí enfrente, agachado, arrancando las malas hierbas y sembrando algo, con el mar muy al fondo, mientras yo escribía en el portátil apoyado en la rueda de molino, calzado con unas hojas aplastadas. Es cierto, la rueda era bonita pero poco práctica. Sí, tenías razón, no hace falta que me grites... Me he dado cuenta de una cosa. Cuando te pones así mi mano busca el banco de madera.

Estaríamos ahí. Enfrente, delante del mar. Hasta escucharíamos las olas los días de mar revuelta. Pero al final tuviste que pegarme, ¿verdad? Tuviste que pegarme. Dos veces. ¿Y sabes qué? Por fin lo he encontrado. Es justo lo que queríamos. Yo estoy viendo nuestro terreno y tú estás en la cárcel.