jueves, 15 de marzo de 2012

¿Te acuerdas?

David Rodríguez

Un par de cerezos japoneses para verlos florecer cada primavera. Los pétalos cubriendo desde mitad de abril la mesa de piedra, una rueda de molino gastada, y los dos bancos de madera de impecable diseño escandinavo dibujados por tu amigo Natxo. Teca envejecida, sencillos, rectangulares, suaves... daban ganas de pasarse toda la vida tocándolos mientras estabas sentada encima. Ni siquiera pusimos cojines, Natxo, claro que no. ¿Cómo vamos a esconder semejante obra de arte? A unos cuantos metros, un magnolio frondoso como un abuelo con catorce nietos, y al lado, la huerta. Pequeña. Sólo dos hileras de lechugas, unas cebollas, pimientos, tomates y un nogal, eso sí. Para partirnos la espalda cada año recogiendo las nueces del suelo. Sí, sí, los bizcochos de mi madre. Bien que te relamías después, no te quejes, siempre te comías el último trozo antes de dar tiempo a que se secara. Y un par de manzanos enormes y retorcidos, de los que dan esas reinetas orondas que perfuman la cocina semanas enteras...

Ese olor...

Si abrías las ventanas con viento del Este toda la casa olía a campo. Tú estabas justo ahí enfrente, agachado, arrancando las malas hierbas y sembrando algo, con el mar muy al fondo, mientras yo escribía en el portátil apoyado en la rueda de molino, calzado con unas hojas aplastadas. Es cierto, la rueda era bonita pero poco práctica. Sí, tenías razón, no hace falta que me grites... Me he dado cuenta de una cosa. Cuando te pones así mi mano busca el banco de madera.

Estaríamos ahí. Enfrente, delante del mar. Hasta escucharíamos las olas los días de mar revuelta. Pero al final tuviste que pegarme, ¿verdad? Tuviste que pegarme. Dos veces. ¿Y sabes qué? Por fin lo he encontrado. Es justo lo que queríamos. Yo estoy viendo nuestro terreno y tú estás en la cárcel.

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