lunes, 16 de abril de 2012

What a wonderful world!

El Gobierno español pretender reformar el Código Penal. ¿Para que quienes defraudan cada año millones de euros al Estado, que somos todos, vayan a conocer por dentro la cárcel un poco? No, por favor. Si ellos, del ingente pastizal que ocultan, deciden declarar un poquito, se les aplicará una retención menor que al mileurista. Un 10% como premio por enseñar la patita por debajo de la puerta. Así aflorarían unos 2.500 millones de euros, han calculado. Para hablar de todo lo que ni aflora, ni sale, ni asoma, ni se declara ni se puede concretar siquiera remotamente, la metáfora de la punta del iceberg se nos queda tan corta como las patas de una braga. Entonces, ¿con qué objetivo se quiere reformar el Código Penal? Con el de endosarle hasta cuatro años de cárcel a quien convoque o difunda por internet una manifestación que derive en "violenta", algo ciertamente difícil de controlar para los convocantes cuando los participantes ascienden a decenas de miles. La ley garantiza y penaliza el derecho a la manifestación. ¿Conclusión de esta esquizofrenia? Sencilla. Se acabó el derecho.

http://www.tinosoriano.com/es/fotos/ 
¿Y autopropulsarse hasta encima de la rama?
Mientras esto ocurre, en funcionales despachos alemanes se elucubra sobre la cada vez más sólida e inquietante hipótesis de un rescate a España. ¿Inquietante? Bah, tampoco. Pudiendo ocupar nuestra mente en estrategias de caza mayor en Botswana, ¿por qué dedicarla a otros menesteres? Cada uno se solaza como quiere, desde luego. Pero comenzando por los elefantes que han estado en el punto de mira telescópico del rey arranca una fila de millones de seres vivos, algunos hasta humanos, a los que se nos han encendido hasta las orejas pensando en la falta de vergüenza tan absoluta que tiene ese señor cuya vida subvencionamos. (Su hija pequeña no, que la pobre no sabía lo que tenía en casa).

Sin haber conseguido escapar de la espiral de absorción de este pensamiento, escucho en un informativo a Gerardo Conde Roa aseverando con absoluto dominio de la escena que él dimite sin que le obliguen, que Santiago, la ciudad de la que es alcalde, no se merece un regidor así. ¿Un regidor cómo? Un regidor imputado. ¿Por? Por haber dejado de pagar presuntamente 291.000 euros en concepto de IVA. Que no tenía intención de defraudar, ha explicado el hombre, sino que cuando no declaró el IVA que cobró al vender vivienda no fue por estafar. No, fue porque las cosas no le iban bien a su empresa, por eso no le llegaba para pagar un IVA con el que te puedes comprar un piso al contado. Ah, bueno. Siendo así, que hagan sitio en los juzgados, porque como todos los autónomos a los que no les está yendo la cosa como les gustaría dejen de declarar el IVA, va a haber que ampliar los Palacios de Justicia hasta que las Torres Petronas parezcan dos bolardos. Volviendo al ya ex-alcalde de Santiago, leo que hay un informe pericial de la Audiencia Provincial de A Coruña según el que también adeuda más de siete millones de euros. En este caso no al Estado, que somos todos, sino a los bancos, que son ellos, pero cuando pierden también somos todos. Somos todos los que terminamos rescatándoles con esos impuestillos que pagamos al Estadillo, diría Flanders.

Así que al final, levantas el tapón y resulta que todo va al mismo desagüe. Los ajustes de cinturón antes y después del rescate europeo, los elefantes reales, el IVA del alcalde de Santiago... Y así todo el rato. Cómo nos lo pasamos...

martes, 3 de abril de 2012

Moderna de pueblo

Lo soy. Moderna de pueblo. Lo intuía, pero al leer el cómic de Raquel Córcoles y Marta Rabadán me he reafirmado. Digamos que en la receta, la ración de pueblo la pone Estella, y la de modernez, Barcelona. Las otras paradas del recorrido, durante y después, son proporciones de un ingrediente o del otro. Para mí, todas han sido necesarias. El pueblo es ese lugar donde te sabes la vida de cualquiera y cualquiera se sabe la tuya, así que estás como atrapado en un personaje, y eso es una cosa que lastra bastante (en la ciudad también pasa). Allí se han sucedido casi todas tus primeras veces, eso también marca lo suyo. Para la veinteañera que protagoniza el cómic, es el hospital donde nació + la iglesia donde hizo la primera comunión + el cole de monjas + el insti + la panadería + esa calle con bancos donde te sentabas con tus amigos a comer pipas. Por ahí va la cosa. Podríamos añadir ese parque al que te sacabas a pasear, donde leías, escribías, te fumabas tus primeros cigarrillos y hacías tu primer botellón. La calleja que desembocaba en un patio empedrado sobre el río invadido por gatos callejeros donde probabas tus primeras fotos analógicas, en blanco y negro por supuesto, ¡no ibas a hacer arte en color! El monte cercano al que te encaramabas en momentos de búsqueda existencial sin saber qué buscabas ni si era existencial. En fin, aquellos lugares. 

La ciudad era donde todo ocurría y todo era posible. Conocer a gente diferente a ti y a la que estás acostumbrada, el amigo sueco montador de video y dj que ha vivido en China y en Sudamérica y da unas fiestas* que convierten su piso vacío en la ONU, el amigo londinense que ha venido a Barcelona a escribir guiones y novelas, el amigo catalán con masía en el pueblo que es videodj y se monta sus paisajes en diapositivas usando pelos, piedras y fairy, la amiga con la que te vas de vinos siempre que puedes para hablar en cualquier orden de cine, libros y hombres y reírte mucho, y te enseña el café a medio camino entre rincón intelectualoide y taberna de estibadores donde aún se toma pastís, el amigo que era camello de esa burguesía catalana que no cruza la línea de la Diagonal hacia abajo, pero lo dejó y está estudiando Filosofía y leyendo todo lo que no había leído antes como si no hubiera un mañana, tus primeros amigos gays con los que descubres esa bendita complicidad y la cinemateca que llevan en la cabeza y tus primeras amigas lesbianas con las que aprendes algunas cositas y resuelves dudas y curiosidades, porque de donde tú vienes la homosexualidad es algo desconocido que sabes que existe, pero en otro mundo. 

Allí también mudas de vocabulario y de repente, un bar ya no es un bar o un garito, es un local o un club, y una galería es un espacio, así que te pones snob y hablas con convicción de locales, de clubes y de escena, y los visitas y haces cola militante para entrar en el que la tiene más larga, la cola, porque resulta que Almodóvar y su troupe estuvieron ahí el jueves pasado y de repente ya no cabe un alma, y te pasas por ese otro que gestiona un colectivo de artistas ultraindependiente que abre sólo cuando les viene bien, dos o tres días al mes, y al que hay que llamar a la puerta y agacharse para entrar porque es un semisótano y en el que si hubiera un incendio sabes que moriríais todos seguro, y te encanta. Recorres galerías, espacios y talleres sola, empapándote como una esponja a la que si después exprimes quizá no le quede mucho de lo que ha absorbido, pero algo le queda, y durante el proceso era una esponja feliz. Otra cosa que te ocurre es que mudas de piel. Experimentas con la manera de vestir. Te encuentras con el tiendismo como filosofía de vida, caes en las fauces de la FNAC igual que quien alcanza el oasis después de cruzar el desierto, para luego escapar de ellas y lanzarte a la búsqueda de esa tienda de discos alternativa y esa librería pequeña de barrio, claro, porque la FNAC se convierte en algo demasiado comercial una vez la has conocido. 



Recorres con tu moto la ciudad de día y de noche como si la estrenaras, porque te encanta perderte y te da una libertad increíble eso de llegar a donde quieras, aparcar donde te viene bien y marcharte sola a la hora que te apetezca. Te enamoras y te desenamoras con la misma velocidad de cualquier tipo con el que te cruzas y te resulta interesante, consideras que la proporción de tíos que están bien y esconden en el patio trasero una vida intensa es increíblemente alta. Descubres que muchas veces no era intensidad, sólo parquedad, o la nada cerebral, sin más. 

Y llega un momento, después, años más tarde, en que los dependientes de la FNAC dejan de parecerte la jodida Enciclopedia Británica, ya no necesitas conocer el último cover de un tema revisitado en doce ocasiones que grabó ayer por la tarde ese grupo de power pop británico, te hace menos gracia que te aplasten en la sala a 32 grados donde pinchan tecno germano de los 90, te provoca una pereza loca peregrinar a clubes en los que tengas que hacer cola y te da igual que el jueves anterior estuvieran allí Björk y Matthew Barney (aunque si tienes la oportunidad, sigues pagando para ver lo que hacen, claro). Más o menos al mismo tiempo reconoces que con las manos ya enjabonadas te empieza a cargar que el lavabo del local inaugurado hace tres horas sea más listo que tú y no encuentres cómo hacer que brote el agua, y en plena epifanía descubres que las tabernas de serrín donde habitan el mundo viejuno y el pintxo de bonito con guindilla también tienen su encanto (aunque te sigue alegrando encontrar locales "distintos", ¡por favor!). Y un día vas y quedas con las amigas del cole y del insti, perdidas durante años, y resulta que ahora tienen hijos pero hablan y se ríen igual, y eso te gusta. Y una tarde vuelves a aquella calleja que desemboca en un patio empedrado sobre el río invadido por gatos callejeros. Otros, aquellos ya murieron. Y no necesitas hacerles fotos.


* En una de ellas conocí a un griego que me explicó, por fin, algo que me inquietaba. "Jroña que jroña" es "años y años".