El hombre no ha despertado mis sospechas, se limitaba a atender su monólogo asintiendo de tanto en tanto para hacerla sentirse escuchada. Quizá porque su cabello ya era completamente blanco y rozaría los setenta años, he pensado que podría ser su padre, un padre con el que no tiene relación y al que no ve más que cada mucho tiempo y con el que repasa alguno de los últimos episodios de su vida. Supongo que a un padre así se le cuenta que has asistido a una entrevista de trabajo en la que no sabías que hacer, porque te preguntaría qué haces, si trabajas o no y en qué. O sí ha despertado un poco mis sospechas, porque creo que si fuese su padre habría intervenido más o de otra forma en la conversación, no se habría limitado a escuchar ante la fragilidad extrema que gritaba el cuerpo de su hija.

Luca está enamorado de las ovejas y de los leones. En esa feliz esquizofrenia vive ahora, se le ve subyugado por el "teón" que lleva en su jersey y por la secuencia que le vengo poniendo a petición suya mientras desayunamos en la que el Rey León de la inefable factoría Disney anima a su hijo y le traspasa sus nobles valores, la importancia de la comunidad, y le insufla su fuerza antes de dejarlo solo. Al mismo tiempo, y en la misma medida, le inundan de ternura las ovejas, las "beeee" de toda condición. Viene a buscarme con sus botas de oveja domésticas para que se las ponga y cubre de besos rendido de cariño a la oveja gigante que su madre luce en un jersey de borreguito que acaba de comprarse para estar en casa con el fin subrepticio de que su pequeño se le tire encima un poco más todavía. Así somos.
Y aunque mi pequeñín hace "¡¡Roaaarrrr!!" cuando hablamos del león, es dulce como una ovejilla -con subidones de testosterona espeluznantes, eso sí-, y como aún no está maleado por la convivencia constante con sus congéneres porque no ha pasado por guardería alguna, en los parques infantiles que en Bilbao son y serán, cuando un macarra cualquiera en versión mínima le empuja o le grita, se le queda mirando con el espíritu de un lama tibetano ocupando su cuerpecillo porque no entiende de dónde viene ni a dónde va esa violencia gratuita. Su madre, en cambio, no se deja cegar por su naturaleza optimista y sí que va advirtiendo que el mal está ahí fuera, a veces en píldoras pequeñas. Por eso esta misma mañana vacacional, antes de ver al colibrí Dellal temblando ante el señor de pelo blanco, cuando un crío descarriado y de más edad ha venido a gritar de pronto a mi txikitin y a otros dos mientras amenazaba con atropellarles con su bici, me he encontrado en cuclillas para ponerme a su altura atravesando con mi mirada de fuego al minimacarra mientras alentaba a mi niño, "¿cómo hace el león, cariño? ¡¡¡ROAAAARRRRR!!!". Y la paz alegre y ruidosa ha vuelto.
Poco más tarde, casualidad o no, paseando por una jungla urbana domesticada nos hemos cruzado con el señor mayor, que se abría paso entre la maleza empuñando su cámara fotográfica cuasiprofesional y de considerable objetivo seguido por el frágil colibrí. ¿Era él el entrevistador? ¿La ha contratado? ¿Para qué? Welcome to the jungle...