martes, 7 de mayo de 2013

Ultramarinos sobre ruedas

El de Ancín venía los miércoles. El Súper los viernes. El de Ancín era un hombre alto, delgado, con el pelo ya escaso y blanco, jubilado, simpático y jovial. El Súper, compacto, con dificultades para acomodar la barriga tras el volante, siempre llegaba a Ganuza ya sudado y enfadado de casa. Con un puro atornillado a la boca y la camisa desabrochada. Nuestro pueblo se acomoda al fondo del valle y en él muere la carretera,  última parada, así que en el anterior, como mucho, ya se le había escurrido pecho-lobo abajo la poca paciencia que tenía. Ahora, para redondear el tópico, debería añadir que aunque bruto, el hombre era un trozo de pan. A ver... No, no me viene esa sensación. Y ya se sabe que los recuerdos infantiles son como llamaradas, te iluminan la noche y espantan cualquier matiz y cualquier duda.

En aquellos veranos, hasta que ya en edad adulta quiso honrarnos con su visita la furgoneta de Helados Velasco los fines de semana a la una de la madrugada, esa hora perfecta para hartarse a vender a los niños, nuestra semana se articulaba en torno a expediciones en bici, partidos de frontenis, trastadas en la sacristía y travesuras varias, bocatas de tortilla para cenar en el frontón y... ¡los dos ultramarinos rodantes que se presentaban en Ganuza miércoles y viernes! Hoy lo piensas y te resulta tremendamente tierno, así como de pequeña aldea sudamericana que brota junto a una carretera interminable, de película de Carlos Sorín. Pero algunos afortunados los conocimos aquí, en Navarra, en la Tierra Media.

El mismo aspecto que nuestro Súper. Granate y crema, muy 50's.
Se trataba de dos tiendas agazapadas dentro de autobuses. Sus propietarios, gente lista tallada en la cultura de supervivencia de la posguerra, se hicieron con sendos vehículos pequeños, redondeados y viejos, los pintaron y abrillantaron, vaciaron de asientos y después llenaron de productos que se apretujaban en estanterías a ambos lados del pasillo central. ¡Aquello era lo máximo! Pura oda al consumo selectivo. Que llegase hasta nuestro maravilloso y pequeño pueblo una tienda rodante rebosante de chucherías, galletas, tebeos, polos y otros artículos ya más prosaicos como alubias, tarros de pimientos, hilos, detergente, cremas y fregonas era como si hoy arribara... no sé, Le Cirque du Soleil. Rozaba lo espectacular.

Cada uno va criando y alimentando sus vicios ya desde la infancia, y el mío entonces consistía en comprarle un tebeo y regalices rojos cada miércoles a Eldeancín. Buscar unas escaleras apartadas entre geranios o subir al tejado del lavadero para devorar las dos cosas al mismo tiempo era uno de los placeres solitarios que no se olvidan. Hasta que empezó a disiparse esa neblina ingenua que nos rodea de muy chiquitos no se me ocurrió traducir su nombre. El tendero-conductor salía con el autobús de Ancín, su base de operaciones. Claro. Pero de pequeña creía que él se llamaba así. Como podía haber nacido Eugenio o Eurípides. Eldeancín. El Súper tenía menos gracia. Y eso a pesar de llegar los viernes, un día que siempre te alegra el cuerpo y el espíritu, hasta cuando no trabajas. ¿Por qué? Porque sí. Si no tienes gracia, no la tienes. Y si tampoco llevas tebeos, te conviertes en una auténtica mierda. Tanto no, pero sí te quedas en la categoría de "lo necesario", eso que lleva anotado en la lista de la compra tu madre, sin ascender a "lo que no hace ni puñetera falta", pero es lo que en realidad deseas y te hace más feliz.

Además de surtirnos de todo tipo de golosinas infestadas de estabilizantes, colorantes y demás que nos atrapaban como la luz a las polillas, Eldeancín siempre nos hacía el regalazo de la semana.

- ¿¿¿Podemos montarnos hasta el barrio de arriba???
- No sé...
- ¿Podemos? ¿Podemos?
- Hoy llevo el autobús muy lleno, lo he cargado antes de salir...
- Vengaaaa, que no pesamos nada...
- ¡Hala, p'arriba!
- ¡¡¡Tomaaaaa!!!

Éste podría ser el bus de Eldeancín, ya jubilado.

Y nos llevaba a tres o cuatro afortunados entre fontanedas, dixanes, pantys marie claire y arroces la cigala de una parada a la otra. Un minuto a bordo, 150 metros. Como cruzar la Patagonia. Mágico.

¿Dónde vivirán hoy esos autobuses? Eldeancín y el Súper hace años que se han ido. Seguro que han montado un par de colmados allá donde se encuentren y no les está afectando esta crisis. De mierda. La crisis, el Súper no. Seguirá sudado y con el puro a medio morder, pero en realidad, el hombre no era tan malo. Sólo era que no había aprendido a ser bueno, como podría decir un Benedetti cualquiera.