miércoles, 29 de febrero de 2012

Generación de estrellas


Desde que era pequeña conservo la imagen del ¡Hola! y el periódico del día en la mesita del cuarto de estar. En casa le llamábamos así, no salón, ni comedor. Cuarto de estar. Ahí se estaba, se jugaba, se leía y se seguía el Un, dos, tres, La bola de cristal y los telediarios. Y veo a mi madre al principio sin gafas y después con ellas curioseando la vida de sus actrices preferidas, sus vacaciones a bordo de un yate, en una villa de la costa francesa, sus nuevos novios, sus bodas... Natalie Wood y Grace Kelly han estado siempre entre sus preferidas, quizá porque son coetáneas. Y quizá porque incluso a través del potente filtro de estas revistas mi madre comprobó que ellas también sufrían. Natalie Wood por sus separaciones de Robert Wagner y Warren Beatty, entre otros. La ambiciosa Grace Kelly por haber tenido que dejar el cine a cambio de un principado y por la rebeldía de su hija Carolina. Lo leí en aquel cuarto de estar. Al fin y al cabo, mamá, estos iconos no son más que mujeres que ganan y pierden, como todas las demás. Salvo por el brillo que rodea su 
existencia y las hace parecer menos humanas. 
Algo compartieron ambas, un final misterioso. Recuerdo a mi madre llorando cuando sacaron el cadáver de Natalie Wood de las aguas en las que navegaba su yate y un año después con los ojos hinchados después de que Grace Kelly se saliera con su coche de una curva cerrada en Mónaco. Conservó los recortes durante tiempo en un cajón. Con los años lo entendí y me resultó muy tierno. (Lloré como si no hubiera un mañana con el suicidio de Kurt Cobain y la muerte de Amy Winehouse me dio una pena tremenda. Así somos).

Volviendo a la generación de estrellas nacidas en los años treinta, hubo muchas que compartieron década pero no rozaron ese fulgor de supernova ni a años-luz. La suya fue una vida alejada de los focos, mucho menos pública y sobre todo, menos reconocida. Ellas también protagonizaron sus propias aventuras, aunque en escenarios bastante más prosaicos. Enormes casas de pueblo habitadas por hombres, hermanos, padres y abuelos a los que cuidar, vestir, alimentar, ayudar, entender y en muchos casos, soportar. Establos, pocilgas y gallineros repletos de animales a los que dar de comer, ordeñar y limpiar. Escuelas con encerado negro, mapa de España y crucifijo pero sin apenas libros a las que esas mujeres tenían que dejar de asistir porque eran tiempos en los que sólo podían estudiar los hombres, aunque no valieran, y las mujeres no, aunque sí valieran. Pequeños pisos de pueblos que aspiraban a ciudad sin serlo alborotados por niños pequeños y suegras celosas de luto. Y en todos esos escenarios y con guiones a veces difíciles de sostener, se hacían fuertes y se crecían estas actrices, y eran capaces de llenar de matices sus personajes y de la alegría sana y la fuerza de un vendaval su película. Aunque en ocasiones la vida también se las comía, y atravesaban épocas penosas y oscuras. Natalie Wood y Grace Kelly no consiguieron salir, mamá. Tú, sí. Y mira, hoy cumples 74. Cómo es la vida, ¿verdad?

viernes, 24 de febrero de 2012

Lo haría

David Rodríguez


Podría matarte cuando quisiera. Por la mañana al cruzarme contigo camino del autobús que te lleva a la editorial donde trabajas. Mientras paseas con tu enorme perra negra junto al mar. O en el banco. Acercarme por detrás cuando estás sentada leyendo ese libro de un tal Kawakami. No sé cómo te gusta leer esa basura nipona. Bueno, no sé cómo te gusta leer. A mí me pone nervioso. Pasar horas delante de unos trozos de papel firmados por alguien que se cree tan importante que merece mi tiempo. Cuánta presuntuosidad... Qué vacío. Si toda esa gente que escribe libros se hubiera asomado a mi abismo, no tendría nada que contar. Meses y meses desnudo en celdas de aislamiento. Seis metros cuadrados llenos de una nada blanca. Ese hielo les habría abrasado las vísceras y el cerebro y les daría igual todo. Si te has revolcado en tanta inmundicia, tanta soledad y tanta indiferencia, sales limpio de la nada. Puro.

Es gracioso. Existe un punto. El desierto te parece infinito al atravesarlo, pero no lo es. Hay un punto muy preciso que marca el final del viaje, pero es invisible, sólo lo encuentras si estás muy cerca. Justo ahí, cuando cruzas tu umbral y pierdes el respeto a todos, a todo y a ti mismo, te das cuenta de que eres libre. Sientes una libertad inmensa... Da miedo, al principio. Es tan salvaje que te vuela la cabeza. Te emborracha, te vuelve loco y te hace invencible. Eres un águila imperial. Puedes hacer lo que quieras porque no queda nada capaz de atarte a la vida. Eres dios.

¿Sabes cómo actuamos los dioses? Por impulsos, sin responsabilidad ni consecuencias. Y este es mi margen cuando trabajo. A mí me hacen un encargo y cuentan con la garantía absoluta de su ejecución, pero saben que seré yo quien decida cuándo y cómo. Hace tres meses que lo sé todo de ti, cada costumbre, cada manía, cada tic y cada gesto. Sé cómo hueles. Podría matarte cuando quisiera. Pero me gustas.

jueves, 23 de febrero de 2012

La Gran Operación

David Rodríguez


- Tú, Toro, a lo tuyo. ¡Céntrate! Ya te pillarás luego la play, ¡que pareces un puto crío!
- Venga, ¿qué?
- Que cojas el teléfono que te he pasado, llames y digas que nos preparen el pedido para esta tarde a última hora, a las siete y media. ¡Vamos, como el otro día!
- ¿Y tú que vas a hacer?
- Yo voy a alquilar la furgo, la grande que usamos la semana pasada. A las siete y media voy a Trapaga, donde vas a llamar ahora, ya lo tendrán todo preparado, cargo y del tirón me voy donde el Juli, llego a eso de las ocho y pico, en su calle ya habrán cerrado todo, descargamos rápido, chapamos el almacén, cobro la pasta ¡y aire!
- El otro día fue bien, ¿eh?
- El otro día fue de puta madre, Toro. Y hoy también. 4.500 eurazos que nos vamos a sacar con dos días de curro, ¿cómo te quedas, tío? ¡No has ganado tú eso en la cadena de montaje en tu vida!
- Ya, tío, Jairo... Pero como nos pillen... Que ya no somos menores, chaval...
- ¡Qué nos van a pillar ni pillar! ¿Prefieres volver a la fábrica o qué?
- Si pudiera sí, pero con ese jodido ERE... Está todo muy complicado, tío...
- Venga, venga... ¡No hay que venirse abajo, Toro! Cuando tengamos la pasta vamos a irnos a cenar tú y yo como unos señores y a darnos un buen fiestón. ¡Mañana mismo, que es jueves y habrá tema! ¡Ya verás!
- ¿Dónde está la tarjeta con el teléfono?
- ¡Ese es mi Toro! Toma, como la otra vez. Llamas y dices que eres este tío que pone aquí, muy profesional, le cuentas que pasará el transportista a recoger a las siete y media de esta tarde. Y ya. Cuando termine en lo de Juli te llamo, ¿vale? ¡Venga ese abrazo, joder!

Tras haber recibido una llamada de Trapagaran, dos coches de la Ertzaintza se encuentran aparcados en el patio trasero del edificio desde las seis y media de la tarde. Tres agentes se han escondido dentro. Un cuarto, el jefe del dispositivo, da las últimas indicaciones a un hombre de cincuentaytantos años, que se frota las manos nervioso contra las perneras de un buzo manchado de grasa. Faltan cinco minutos para las siete y media.

- Usted, tranquilo. Cuando aparque la furgoneta atiéndale, prepare el albarán y empiecen a cargar.
- De acuerdo, lo intentaré.

Una IVECO Daily blanca aparca marcha atrás con suavidad, Jairo se baja de un salto y camina resuelto hacia el hombre de cincuentaytantos años, sentado en una cabina acristalada junto a un ordenador y un flexo.

- ¡Aúpa! ¿Qué hay? Vengo a recoger el pedido que le hemos hecho esta mañana.
- Muy bien. Justo he terminado de rellenar el albarán. Toma, firma aquí y llamo a un compañero para ir cargando. ¡Aitor! Esa es la furgoneta.
- Le dejo aquí el boli. Espera, ya te abro yo las puertas. Lo hacemos entre los dos y así terminamos antes, que seguro que tú ya te quieres ir a casa también, ¿no, chaval?
- Pues sí, la verdad. Coge de ahí abajo, así puedes agarrarlos bien.
- ¡¡Todos quietos!! ¡¡Manos arriba!!

Jairo y el otro chaval se quedan paralizados. De pronto están rodeados por cuatro ertzainas.

- Dejad eso en el suelo.
- ¿¿Pero qué coño es esto??
- Venga, listo. Que ya sabemos quién eres. Que la semana pasada hiciste lo mismo en Getxo. Estás detenido.
- ¡¡Eh, eh!! ¡Que sé que tengo derechos, tío! ¡Sé que puedo hacer una llamada, y la voy a hacer!
- Nos gusta el cine americano, ¿eh? ¡Venga, llama!

Jairo saca desafiante un iphone del bolsillo del vaquero, da la espalda al ertzaina y se separa un par de metros.

- Vane, cariño...
- Yo también tengo ganas de verte, sí, escucha. Que lo del viaje a Las Vegas no va a poder ser el mes que viene.
- Sí, tu Jairo te lo había prometido, pero ahora no va a poder ser...
- ¿Cómo que no cumplo mis promesas? ¿Y la operación? ¿Quién le pagó la operación a su nena, eh?
- Escucha, Vane... Claro que te quiero...
- ¡Que me escuches te digo! ¡Que si te quieres casar de Dolly Parton, te casarás, joder! Algo se me ocurrirá. Habla con tu tío el abogado y dile que me llame, ¿has oído? ¡Que me llame!

Esa misma noche, sin poder dormirse, la Vane chatea inquieta con una amiga iluminada por la pantalla de su portátil mientras curiosea la última hora de la prensa local.
- No sé, Cristi... Este se ha metido en un lío...
- Mujer, te habría dicho algo, ¿no? ¡Ya lleváis ocho meses juntos!
- Cristi, tía... ¡¡Que lo acabo de encontrar!! ¡Qué fuerte, léete esto!

"Un joven de 24 años ha sido detenido en Trapagaran y otro de la misma edad imputado por su presunta participación en un delito de estafa. El arrestado y su cómplice, suplantando la identidad de otra persona, adquirieron neumáticos por valor de más de cuatro mil quinientos euros en dos talleres".

domingo, 5 de febrero de 2012

Sin hoy ni mañana

David Rodríguez

Al principio hubo una hora en la que no ocurrió nada. Sólo que la luz se fue y ellos se quedaron, felizmente encerrados en unos metros cuadrados sin balcón ni ventana. Fueron una alegre pareja de recién casados con una excusa para probar lo que esperaban repetir muchas veces en ese crucero, explorarse. Y lo hicieron sin conciencia, sin saber que minuto a minuto se estaban adentrando en un territorio cada vez más oscuro. Ese en el que habitan los temores primitivos.

Poco a poco la negrura mineral del camarote comenzó a inclinarse, el suelo se convirtió en pared y la pared en suelo. Ahí fueron capaces de vivir 35 horas, ocupando un espacio sin referencias, sin saber que sus coordenadas se habían torcido definitivamente. Ese universo incoherente y opaco había absorbido el significado de muchas parejas de palabras y lo había hecho intercambiable. Arriba y abajo. Noche y día. Hoy y mañana. De repente esa palabra se hizo tan hiriente para Hye Jin y para Kideok como las patas metálicas de las sillas que se arrumbaban junto a sus piernas, en una arista del cubo. Entonces entró en el camarote el único que podía hacerlo. El miedo. Y consiguió que en esa tierra extraña de muebles como insectos enormes, cristales, ropa abandonada y desconcierto germinaran la angustia, el resentimiento, la violencia y el pavor que nos devuelve a nuestra condición de animales. Estallaron los golpes, los gritos y la locura... Y después...

...nada.

Dolor, vacío y agotamiento.

La oscuridad envolvió al silencio.

Cuando habían pasado más de treinta horas del naufragio, Hye Jin y Kideok eran dos cachorros inmóviles encogidos en una caja de zapatos. Con los nudillos ensangrentados. Sabían que estaban muertos y desde esa orilla recordaban su vida.

- ¿Por qué no cogimos habitación con balcón? Por cien euros más seguiríamos vivos...

Entonces escucharon un mazazo en la puerta.