domingo, 5 de febrero de 2012

Sin hoy ni mañana

David Rodríguez

Al principio hubo una hora en la que no ocurrió nada. Sólo que la luz se fue y ellos se quedaron, felizmente encerrados en unos metros cuadrados sin balcón ni ventana. Fueron una alegre pareja de recién casados con una excusa para probar lo que esperaban repetir muchas veces en ese crucero, explorarse. Y lo hicieron sin conciencia, sin saber que minuto a minuto se estaban adentrando en un territorio cada vez más oscuro. Ese en el que habitan los temores primitivos.

Poco a poco la negrura mineral del camarote comenzó a inclinarse, el suelo se convirtió en pared y la pared en suelo. Ahí fueron capaces de vivir 35 horas, ocupando un espacio sin referencias, sin saber que sus coordenadas se habían torcido definitivamente. Ese universo incoherente y opaco había absorbido el significado de muchas parejas de palabras y lo había hecho intercambiable. Arriba y abajo. Noche y día. Hoy y mañana. De repente esa palabra se hizo tan hiriente para Hye Jin y para Kideok como las patas metálicas de las sillas que se arrumbaban junto a sus piernas, en una arista del cubo. Entonces entró en el camarote el único que podía hacerlo. El miedo. Y consiguió que en esa tierra extraña de muebles como insectos enormes, cristales, ropa abandonada y desconcierto germinaran la angustia, el resentimiento, la violencia y el pavor que nos devuelve a nuestra condición de animales. Estallaron los golpes, los gritos y la locura... Y después...

...nada.

Dolor, vacío y agotamiento.

La oscuridad envolvió al silencio.

Cuando habían pasado más de treinta horas del naufragio, Hye Jin y Kideok eran dos cachorros inmóviles encogidos en una caja de zapatos. Con los nudillos ensangrentados. Sabían que estaban muertos y desde esa orilla recordaban su vida.

- ¿Por qué no cogimos habitación con balcón? Por cien euros más seguiríamos vivos...

Entonces escucharon un mazazo en la puerta.

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