martes, 18 de diciembre de 2012

Veranos de pueblo. La Tomasa

De lejos parecía Doña Rogelia. Siempre iba cubierta con un pañuelo anudado bajo el cuello del que escapaban mechones de esparto. Apergaminada, de tez curtida como el cuero viejo y dedos de sarmiento podía pasar también por una versión femenina de Don Quijote, pero le faltaba apostura. La recuerdo larga y siempre encorvada, apoyada en un bastón apareciendo entre las matas que flanqueaban la calleja que llevaba a su casa. Un lugar misterioso, aquel. Como la casa de la bruja que aparecía en Big Fish y resultaba no ser tan malvada ni tan bruja. La Tomasa tampoco, aunque a veces lo parecía. Lo único malo que tenía es que le perdía lo buena que era, y la sonrisa que se le escapaba entre las arrugas. Siempre iba seguida de su hermano, Serapio, también hecho una C viviente, y de una manada de perros imposibles de contar. Veinte? Veinticinco? Treinta? Famélicos y pardos, todos parecían hermanos o primos, y nadie sabía de dónde salían, pero aparecían de la nada en el pueblo y enseguida se les pegaban, aumentando la familia.

Tenía algo de épico aquella imagen de los dos hermanos jorobados seguidos por una hilera de perros flacos caminando entre las huertas, recortados contra los atardeceres de verano. Una épica de posguerra, de conflicto en los Balcanes o de campo de refugiados. Su casa era así. Nunca me atreví a llegar hasta el final de la calleja, que partía justo delante de nuestra casa, era un reto infantil que se me quedó sin cumplir. Pero cuando murieron yo ya había llegado a los dieciocho y había ahorrado para comprarme una Pentax P30-T con la que me sentía aventurera, aunque no tanto como para ir sola. Así que una tarde pedí a mi madre que me acompañara, también para sentir que llevaba conmigo el permiso de alguien que realmente era del pueblo, y con ella llegué hasta el final, atravesando las zarzas y la maleza que habían crecido salvajes desde que la Tomasa y Serapio se habían marchado. Primero, a una residencia, y después a donde sea que vayamos.

Descubrí su casa, como una cabaña pequeña, descuidada, y aunque la puerta estaba abierta, porque seguramente alguien la había forzado antes, al entrar tuve la desagradable sensación de ir a cometer  allanamiento de morada. Todo estaba allí. Como si cualquiera de los dos fuera a entrar en cualquier momento. Su ropa colgada de clavos repartidos por las paredes, su colchón de lana destripado sobre el suelo, la silla de patas de alambre en la que se sentarían para ponerse y quitarse las botas, las cazuelas con sus tapas y un cazo oxidado sobre la cocina de leña esperando que alguien encendiera el fuego. Y un par de pinzas sin calcetines. Sí, podía haber sido un hogar abandonado a toda prisa en medio de los Balcanes en plena guerra. Quizá fue así, no lo sé. Me impresionó encontrar un baño que funcionaba como almacén, la bañera llena de cacharros inservibles, las baldosas cubiertas de cubos, trapos, cachivaches diversos... Supongo que si me hubiera quitado de encima la sensación de tristeza, habría pensado que era la casa de unos buhoneros. Esto, buscando la poesía. Sin buscarla, una veía que aquellos dos hermanos que nunca se lavaban, que nadie sabía qué comían ni cómo conseguían alimentar a esa veintena de perros flacos, sufrían un síndrome de Diógenes como una catedral. Y que ese, seguramente, era el menor de sus problemas. 

Pero a pesar de los colchones, de los clavos y de la bañera, la Tomasa era la única persona del pueblo a la que recogía un taxi cada jueves para bajarla a hacer la compra al mercado de Estella, y cuando volvía, abría la puerta del taxi, se recogía trabajosa las faldas, la toquilla y todas las capas que se echaba por encima, salía de aquel vehículo inmaculado y extraño, y envuelta en su olor particular y en su perfume Maja de Myrurgia se agachaba como podía para decirnos a mi hermana y a mí "venid, majicas, os he traído unos chicles. De fresa, ¿verdad?". Y con sus dedos oscuros y sarmentosos nos dejaba en la mano un par de Cheiw Junior. Esa era la Tomasa.




domingo, 2 de diciembre de 2012

Veranos de pueblo

Autora: La que transcribe. 

Recordar los veranos desde el invierno. Sugerente. Recordar la infancia desde la adultez. Nostálgico. Introducir en la coctelera ambos ingredientes + los personajes que los protagonizaron, ¡¡inenarrable!! Pero lo voy a intentar.

Esto es lo que hicimos ayer en mi querida Vieja Iruña, nos reunimos 13 personas, valientes que no tememos a las supersticiones, ni a las temperaturas antárticas de la ciudad en diciembre, ni a las imprevisibles situaciones que pueden generarse cuando se reencuentran personas que compartieron vacaciones estivales, postillas en las rodillas, bocadillos de Nocilla, excursiones en bici, tomates robados y disfraces que no eran disfraces, eran la vestimenta del cura. Todo esto en un pueblo de veintipocas casas, un par de calles, una fuente, un lavadero, un bar, una iglesia, un cementerio, mucho campo para correr alrededor y buenas carreteras de gravilla en las que despellejarse uno vivo al derrapar. Olvidaba un detalle, al llegar a este pueblo la carretera muere y nacen las laderas de una sierra escarpada que alterna robles y encinas hasta un circo rocoso sobrevolado por buitres. Desde allí se derrama un viento fresco todas las tardes de verano hacia las seis. Mágico.

Valientes decía, sí, los que nos asomamos ayer al pasado, gente corajuda que no se amilana ante la posibilidad de que el restaurante del casco viejo que tiene a bien darnos de comer tras arribar a su barra con el frío ya superado gracias a una rigurosa dieta líquida, pueda convertirse en la casa de las dagas voladoras. Hubo alguien que atisbó ese riesgo, y avisó. Se equivocó, menos mal. Porque entre los componentes del grupo hay uno que maneja palas excavadoras como otros conducimos mondadientes. Así que tonterías, las justas. Me paso al dialecto. Tonterías, las justicas, ¿eh?

Bien. En los 13 del patíbulo se rastrea hoy en día un poco de todo, como en cualquier comunidad de vecinos. Madres y padres, solter@s vocacionales, noctámbul@s impenitentes, profesionales cada uno de lo suyo (del hogar, la policía, la maternidad, la fábrica, la sanidad, la empresa, los medios de comunicación...). Con unas cuantas historias en la mochila y más o menos suerte en la vida, supongo. Pero, sobre todo, con memoria de paquidermo. Me quedé muerta. Mentes brillantes se han perdido el MI-5 y el Mossad por no haber rastreado a tiempo Tierra Estella. (Casos de Alzheimer prematuro, también).

- ¡Hostia! ¿Os acordais de lo del buzón?
- ¿Cuál?
- ¿Había buzón?
- Sí, joder, el que estaba al lado de la puerta del bar.
- Pero... ¿de los grandes?
- ¡De los grandes no! ¿Dónde vas a meterlo? ¡De los pequeños! ¡Uno amarillo que estaba atornillado a la pared!
- ¡Ah sí! ¡El que arrancó no sé quién en  fiestas una vez!
- Joder, ¡lo arranqué yo! ¡Con Koldo y con Alfonso! Para jugar un partido de fútbol.
- ¿¿Con el buzón??
- Buah, ahí estuvimos dándole patadas a las ocho de la mañana delante del bar, después de que terminó la orquesta. ¡Cómo lo pasamos! Hasta que nos cansamos y nos fuimos a dormir.
- Yo no me acuerdo...
- Es que tú no estabas.
- Caro, ahí ya os quedabais los malos.
- Total, que estaba yo en la cama y sube mi madre, "oye, que está abajo la Guardia Civil". "¿Y qué quieren?". "Pues hablar contigo". "Bah, si me acabo de meter a la cama, diles que estoy durmiendo".
- ¡¿Qué dices tío?! ¿No bajaste?
- No. Así que conforme sale mi madre me quedo sobado otra vez. Y de repente una mano me hace pam-pam en el hombro, "despierta". Abro los ojos y... ¡ostia! ¡¡Un guardiacivil en mi cuarto, al lado de la cama!! Buah, ni sé lo que le conté.
- Algún vecino, que les llamaría.
- Qué amargaos, chica, una vez que son fiestas al año...
- Igual le estarían jodiendo un poco el sueño con el ruido de las patadas al buzón.
- Puede ser, sí...
- ¡¡Ah!! Que luego vino Alfonso a casa a desayunar y se llevó el bote de Nocilla de 500 gramos y pensamos ¿para qué, si acaba de ponerse ciego a magdalenas y bizcocho?
- Y cuando nos levantamos nos encontramos la pared del bar pintada con letras gigantes, NO PASARÁN.
- ¡¡Con la Nocilla!!
- ¡¡¡Sííííí!!!
- Ostras, yo no me acuerdo...
- Es que tú no estabas.




sábado, 14 de julio de 2012

Desde el otro lado del charco

David Rodríguez

Parece mentira... Que hasta hace tres o cuatro años esto estaba lleno de españolitos, que venían a Natal de pulsera, ocho días por setecientos euros avioncito, cama, animación y caipirinhas, todo. A ver culos, a ver si los cataban y a ponerse morenos. Los aventureros se me llegaban hasta el Amazonas, a recorrerlo en canoa, a perderse en la madre selva entre manglares y mosquitos y hacerse el Coronel Tapioca un rato. Y los más curiosos se me bajaban hasta Río de Janeiro, a bailotear un poco de samba, a soltar cintura y cadera y liberarse de tanto trabajo, tanto horario, tanta hipoteca y tanta cagada. Qué vida la europea...

Hasta había aprendido a decir kaixo, y agur y eskerrik asko, que los vascos son muy de lo suyo y allá donde van quieren enseñarte su lengua, y si se empeñan, hasta te sacan un txikito de la botella de vino que tienes tú refrescando ahí en el cubito, para cuando terminas de dar betún. Que ellos no son españoles, son montañeros, es distinto. A ellos poco betún les daba, también es verdad, con esas sandalias de goma y velcro, escaso negocio. Pero luego te venían los que ya sí son españoles, que parece que se les distingue por los pies, las señoras con zapatito plano y los caballeros con calzado cómodo, de piel algunos, otros de plástico que de mayor quería ser piel pero no llegó a viejo. Y ahí me sacaba yo mis reales, sí señor. Buenos tiempos aquellos, buenos tiempos...

Pero oye, que se les ha venido todo encima y ya ni se acercan. Ahora les come el paro, y los recortes, y se les va la educación pública al carajo, y hasta los funcionarios empiezan a quedarse sin pagas. Y mira cómo es la vida de curiosa que resulta que precisamente ahora los chinos, los rusos, los indios y los brasileros somos los que empezamos a sacar la cabeza, bueno, yo soy brasilero de segundo, de primero soy y seré siempre uruguayo, del maestro Tabárez y del enorme Benedetti, de fornicar en los umbrales porque uno es claustrofóbico y siempre encuentra agorafóbica, y así me van los amores y la vida, que nunca asiento el culo.

Y digo yo... que hasta que me note subiendo como el Brasil, hasta que me llegue la ola emergente al bolsillo, tendrán que venirme más turistas. Porque ni a los hermanos portugueses se puede recurrir ya... A ver si conforme la economía aquí va tirando p'arriba a mí me van descendiendo ya esas seis torrecitas de latas de betún, que no se me mueven y ya estoy aburrido de ver al Pájaro Loco en la cajita...

martes, 19 de junio de 2012

Back to life, back to reality...

Este domingo, tras cinco semanas de trabajo intensivo y una de premio en una isla mediterránea pequeña pero grande, volví a la realidad. Necesité ver dos películas para enfrentarme a ella. He de decir que así tampoco lo conseguí. Una en el cine, Moonrise Kingdom, otra en la tele, V de Vendetta. Me parecieron las dos mejores opciones para sobrellevar el retorno a la no-vida que supone estar al tanto de la actualidad.

¿También os habéis percatado de que actualidad = macroeconomía? IBEX, prima de riesgo, rescate, capitalización... el vocabulario de la sección de Economía se ha hecho fuerte y es ya lo único que nutre los informativos y la prensa. Bueno no, también está la Eurocopa. Y lo de Dívar, el señor que saludó acartonado el otro día al príncipe Felipe sabiendo que era lo último que iba a hacer como presidente del Tribunal Supremo y el CGPJ. Eso, y dimitir este jueves, parece, aunque hace dos semanas dijera que ni loco. ¿Qué son veinte viajes de fin de semana a Marbella y otros doce por las Españas pagados entre todos? Nada. ¿15.000 euros distribuidos entre los contribuyentes? Monedillas de cobre comparado con el rescate a Bankia, otro tazón de aceite de ricino que nos hemos tenido que tragar. No voy a ahondar en esas aguas residuales porque no me veo con ánimo todavía. Deseo que perdure el efecto isleño en mí, a pesar del tiempo plomizamente escocés que nos mantiene jóvenes estos días en Bilbao. No tenemos nada que envidiar a las dependientas que atienden criogenizadas la charcutería junto a la sección de yogures del súper. Con jersey en verano, sí, pero de una tersura inaudita.

Volviendo a mis dos películas dominicales como vía para confrontar la realidad, os doy a elegir entre evasión y acción directa. Me doy cuenta de que hablo como si me escuchaseis, creo que estoy en un momento en que necesito interlocutor de pensamientos. Moonrise Kingdom es una fricada encantadora y divertida de Wes Anderson, un tipo ciertamente curioso que insiste en demostrarlo con su cine, su manera de rodar, los escenarios que elige y el carácter del que dota a sus personajes. Para no desvelar nada sólo avanzaré que Bill Murray y Frances McDormand aparecen como matrimonio. No me importaría nada ser su hija, huir de Europa y vivir un tiempo dentro de la idílica aventura que construyen los protagonistas. Supongo que para cuando volviera todo sería diferente. De entrada, Europa ya no existiría. Incluso no va a ser necesario que me escape y retorne para ver esto último.


En V de Vendetta el héroe protagonista, acompañado más adelante en su adhesión a la causa por Natalie Portman, clausura sus acciones progresivas contra el sistema totalitario que rige la vida de los británicos en un futuro cercano dinamitando literalmente el Parlamento de Londres en una sinfonía de fuegos artificiales y épica orquestal de Tchaikovsky. ¿Por qué? Porque considera que es un gesto que demuestra a su gobierno, presidido por un Gran Hermano orwelliano, que el pueblo no está sometido sin remisión, que es capaz de recuperar su fuerza, su poder legítimo y su voluntad de negarse a la imposición de unas condiciones de vida no ya alienantes, sino aniquiladoras. Control gubernamental de la información, utilización asumida de la propaganda, diseminación de la semilla del miedo como herramienta de control social... Inquietante, ¿no? El parecido con la realidad, digo. 

En fin. Mi chico tenía razón, tenía que haberme quedado en la isla. Lo que no sé es cuánto tiempo más... ¡Hola de nuevo! ;)





lunes, 16 de abril de 2012

What a wonderful world!

El Gobierno español pretender reformar el Código Penal. ¿Para que quienes defraudan cada año millones de euros al Estado, que somos todos, vayan a conocer por dentro la cárcel un poco? No, por favor. Si ellos, del ingente pastizal que ocultan, deciden declarar un poquito, se les aplicará una retención menor que al mileurista. Un 10% como premio por enseñar la patita por debajo de la puerta. Así aflorarían unos 2.500 millones de euros, han calculado. Para hablar de todo lo que ni aflora, ni sale, ni asoma, ni se declara ni se puede concretar siquiera remotamente, la metáfora de la punta del iceberg se nos queda tan corta como las patas de una braga. Entonces, ¿con qué objetivo se quiere reformar el Código Penal? Con el de endosarle hasta cuatro años de cárcel a quien convoque o difunda por internet una manifestación que derive en "violenta", algo ciertamente difícil de controlar para los convocantes cuando los participantes ascienden a decenas de miles. La ley garantiza y penaliza el derecho a la manifestación. ¿Conclusión de esta esquizofrenia? Sencilla. Se acabó el derecho.

http://www.tinosoriano.com/es/fotos/ 
¿Y autopropulsarse hasta encima de la rama?
Mientras esto ocurre, en funcionales despachos alemanes se elucubra sobre la cada vez más sólida e inquietante hipótesis de un rescate a España. ¿Inquietante? Bah, tampoco. Pudiendo ocupar nuestra mente en estrategias de caza mayor en Botswana, ¿por qué dedicarla a otros menesteres? Cada uno se solaza como quiere, desde luego. Pero comenzando por los elefantes que han estado en el punto de mira telescópico del rey arranca una fila de millones de seres vivos, algunos hasta humanos, a los que se nos han encendido hasta las orejas pensando en la falta de vergüenza tan absoluta que tiene ese señor cuya vida subvencionamos. (Su hija pequeña no, que la pobre no sabía lo que tenía en casa).

Sin haber conseguido escapar de la espiral de absorción de este pensamiento, escucho en un informativo a Gerardo Conde Roa aseverando con absoluto dominio de la escena que él dimite sin que le obliguen, que Santiago, la ciudad de la que es alcalde, no se merece un regidor así. ¿Un regidor cómo? Un regidor imputado. ¿Por? Por haber dejado de pagar presuntamente 291.000 euros en concepto de IVA. Que no tenía intención de defraudar, ha explicado el hombre, sino que cuando no declaró el IVA que cobró al vender vivienda no fue por estafar. No, fue porque las cosas no le iban bien a su empresa, por eso no le llegaba para pagar un IVA con el que te puedes comprar un piso al contado. Ah, bueno. Siendo así, que hagan sitio en los juzgados, porque como todos los autónomos a los que no les está yendo la cosa como les gustaría dejen de declarar el IVA, va a haber que ampliar los Palacios de Justicia hasta que las Torres Petronas parezcan dos bolardos. Volviendo al ya ex-alcalde de Santiago, leo que hay un informe pericial de la Audiencia Provincial de A Coruña según el que también adeuda más de siete millones de euros. En este caso no al Estado, que somos todos, sino a los bancos, que son ellos, pero cuando pierden también somos todos. Somos todos los que terminamos rescatándoles con esos impuestillos que pagamos al Estadillo, diría Flanders.

Así que al final, levantas el tapón y resulta que todo va al mismo desagüe. Los ajustes de cinturón antes y después del rescate europeo, los elefantes reales, el IVA del alcalde de Santiago... Y así todo el rato. Cómo nos lo pasamos...

martes, 3 de abril de 2012

Moderna de pueblo

Lo soy. Moderna de pueblo. Lo intuía, pero al leer el cómic de Raquel Córcoles y Marta Rabadán me he reafirmado. Digamos que en la receta, la ración de pueblo la pone Estella, y la de modernez, Barcelona. Las otras paradas del recorrido, durante y después, son proporciones de un ingrediente o del otro. Para mí, todas han sido necesarias. El pueblo es ese lugar donde te sabes la vida de cualquiera y cualquiera se sabe la tuya, así que estás como atrapado en un personaje, y eso es una cosa que lastra bastante (en la ciudad también pasa). Allí se han sucedido casi todas tus primeras veces, eso también marca lo suyo. Para la veinteañera que protagoniza el cómic, es el hospital donde nació + la iglesia donde hizo la primera comunión + el cole de monjas + el insti + la panadería + esa calle con bancos donde te sentabas con tus amigos a comer pipas. Por ahí va la cosa. Podríamos añadir ese parque al que te sacabas a pasear, donde leías, escribías, te fumabas tus primeros cigarrillos y hacías tu primer botellón. La calleja que desembocaba en un patio empedrado sobre el río invadido por gatos callejeros donde probabas tus primeras fotos analógicas, en blanco y negro por supuesto, ¡no ibas a hacer arte en color! El monte cercano al que te encaramabas en momentos de búsqueda existencial sin saber qué buscabas ni si era existencial. En fin, aquellos lugares. 

La ciudad era donde todo ocurría y todo era posible. Conocer a gente diferente a ti y a la que estás acostumbrada, el amigo sueco montador de video y dj que ha vivido en China y en Sudamérica y da unas fiestas* que convierten su piso vacío en la ONU, el amigo londinense que ha venido a Barcelona a escribir guiones y novelas, el amigo catalán con masía en el pueblo que es videodj y se monta sus paisajes en diapositivas usando pelos, piedras y fairy, la amiga con la que te vas de vinos siempre que puedes para hablar en cualquier orden de cine, libros y hombres y reírte mucho, y te enseña el café a medio camino entre rincón intelectualoide y taberna de estibadores donde aún se toma pastís, el amigo que era camello de esa burguesía catalana que no cruza la línea de la Diagonal hacia abajo, pero lo dejó y está estudiando Filosofía y leyendo todo lo que no había leído antes como si no hubiera un mañana, tus primeros amigos gays con los que descubres esa bendita complicidad y la cinemateca que llevan en la cabeza y tus primeras amigas lesbianas con las que aprendes algunas cositas y resuelves dudas y curiosidades, porque de donde tú vienes la homosexualidad es algo desconocido que sabes que existe, pero en otro mundo. 

Allí también mudas de vocabulario y de repente, un bar ya no es un bar o un garito, es un local o un club, y una galería es un espacio, así que te pones snob y hablas con convicción de locales, de clubes y de escena, y los visitas y haces cola militante para entrar en el que la tiene más larga, la cola, porque resulta que Almodóvar y su troupe estuvieron ahí el jueves pasado y de repente ya no cabe un alma, y te pasas por ese otro que gestiona un colectivo de artistas ultraindependiente que abre sólo cuando les viene bien, dos o tres días al mes, y al que hay que llamar a la puerta y agacharse para entrar porque es un semisótano y en el que si hubiera un incendio sabes que moriríais todos seguro, y te encanta. Recorres galerías, espacios y talleres sola, empapándote como una esponja a la que si después exprimes quizá no le quede mucho de lo que ha absorbido, pero algo le queda, y durante el proceso era una esponja feliz. Otra cosa que te ocurre es que mudas de piel. Experimentas con la manera de vestir. Te encuentras con el tiendismo como filosofía de vida, caes en las fauces de la FNAC igual que quien alcanza el oasis después de cruzar el desierto, para luego escapar de ellas y lanzarte a la búsqueda de esa tienda de discos alternativa y esa librería pequeña de barrio, claro, porque la FNAC se convierte en algo demasiado comercial una vez la has conocido. 



Recorres con tu moto la ciudad de día y de noche como si la estrenaras, porque te encanta perderte y te da una libertad increíble eso de llegar a donde quieras, aparcar donde te viene bien y marcharte sola a la hora que te apetezca. Te enamoras y te desenamoras con la misma velocidad de cualquier tipo con el que te cruzas y te resulta interesante, consideras que la proporción de tíos que están bien y esconden en el patio trasero una vida intensa es increíblemente alta. Descubres que muchas veces no era intensidad, sólo parquedad, o la nada cerebral, sin más. 

Y llega un momento, después, años más tarde, en que los dependientes de la FNAC dejan de parecerte la jodida Enciclopedia Británica, ya no necesitas conocer el último cover de un tema revisitado en doce ocasiones que grabó ayer por la tarde ese grupo de power pop británico, te hace menos gracia que te aplasten en la sala a 32 grados donde pinchan tecno germano de los 90, te provoca una pereza loca peregrinar a clubes en los que tengas que hacer cola y te da igual que el jueves anterior estuvieran allí Björk y Matthew Barney (aunque si tienes la oportunidad, sigues pagando para ver lo que hacen, claro). Más o menos al mismo tiempo reconoces que con las manos ya enjabonadas te empieza a cargar que el lavabo del local inaugurado hace tres horas sea más listo que tú y no encuentres cómo hacer que brote el agua, y en plena epifanía descubres que las tabernas de serrín donde habitan el mundo viejuno y el pintxo de bonito con guindilla también tienen su encanto (aunque te sigue alegrando encontrar locales "distintos", ¡por favor!). Y un día vas y quedas con las amigas del cole y del insti, perdidas durante años, y resulta que ahora tienen hijos pero hablan y se ríen igual, y eso te gusta. Y una tarde vuelves a aquella calleja que desemboca en un patio empedrado sobre el río invadido por gatos callejeros. Otros, aquellos ya murieron. Y no necesitas hacerles fotos.


* En una de ellas conocí a un griego que me explicó, por fin, algo que me inquietaba. "Jroña que jroña" es "años y años".








viernes, 30 de marzo de 2012

Gafas de cerca

David Rodríguez

Mari Carmen, no puede ser... Las cosas no son así. ¿Cómo se le ocurre a la hija de la Visi abrir hoy la mercería? No, espera, cómo le llama ella... ¡Lencería! Que mercería suena como a braga de abuela, me dice el otro día, a braga hasta el cuello. ¡No te fastidia! Ya le dije, qué quieres, ¿que me ponga un langa de esos que se os meten por todas partes? ¡Eso no abriga nada! Pues total, que hoy ha abierto la mercería. No le habrá tocado un piquete porque no la tiene en el centro, y a ese barrio nuevo no se acercan más que los vecinos, pero no me parece bien. Hoy la gente tiene que salir a la calle a quejarse, ¿no te parece? Tengo a los dos nietos que han terminado la universidad hace un año... Espera... Los de la Amaia acabaron Arquitectura y eso otro de las plantas, Jardinería no..., Botánica se llama, bueno, que los dos terminaron de estudiar hace tres años, hablan euskera, inglés, castellano, hicieron también un mástrer y no sé qué más, y nada. No encuentran trabajo. Y para uno que encontró el de las plantas, medio año en un sitio, ¡cobraba 700 euros al mes! ¿Tú te crees? Si mi difunto Pablo, sin estudios, el pobre, ganaba más en la fábrica... Vamos para atrás, es que vamos para atrás...

Tu hijo mismo, Mari Carmen. Ya sé que no te gusta hablar de eso, mujer, pero viene al caso, por eso estamos aquí, por eso hemos salido hoy a la calle, ¿no? ¿No dijiste el otro día que si lo despiden ahora va a cobrar la mitad de lo que tenía que cobrar? Y que, Dios no lo quiera, pero igual le despiden. Si ya han empezado con un ERE... eso no es nada bueno. Ahora todos hacen EREs... Estaba pensando en la mercería de la hija de la Visi. Que a ella le da igual cerrar hoy que no, si total, no tiene empleadas, está ella sola. ¿Y quién le va a ir a comprar en plena huelga y en ese barrio? Qué poco solidarios somos... ¡Ya sé! ¡Vamos a ir las dos mañana, cuando falten cinco minutos para cerrar, a por una faja! ¡Y si no tiene, que nos enseñe camisones! ¡Ya verás qué divertido! Tiene el mismo carácter que su padre... ¡Se cabrea como una mona!

Oye... Ahora que me estoy fijando... ¡Si no eres la Mari Carmen!

miércoles, 21 de marzo de 2012

¡Firmes!

David Rodríguez

No sé si son ustedes conscientes de la trascendencia de lo que voy a comunicarles. Como director de esta institución educativa me he creído siempre en el deber de hacer mejores personas a quienes deciden atravesar el umbral del St. George's School. Son ustedes realmente unos privilegiados por estudiar en este centro, que si por algo se ha distinguido a lo largo de sus 127 años de historia es por la excelencia que rige tanto sus principios como sus resultados educativos. Privilegiados, les digo, porque en esta región de India, incluso en todo el país me atrevería a afirmar, no serían capaces de encontrar ni empleando un detector de talento, si se hubiera inventado, un colegio como éste. Bien...

Usted, señor Deepak, no olvide que está estudiando gracias a una beca que ya ha puesto en juego en dos ocasiones con su mal comportamiento. Sé que en ambos casos usted no fue el brazo ejecutor, pero sí el cómplice. Una beca, le decía, que está a punto de perder. Dudo que a sus padres les resulte graciosa la notificación que recibirán esta misma tarde.

Usted, pequeño Aarush, ciertamente no tiene edad para comprender el sentido último de mis palabras, así que lo único que puedo reprocharle es haber elegido malas amistades para su desarrollo en esta temprana edad.

Pero usted, señor Sadu... Lo de usted... ¿Cómo lo diría?... ¡Si fuese adulto usted estaría en la cárcel! Me consta que fue el responsable de los robos de biblias hace dos meses... ¡Sí! ¡Me consta! ¿Acaso creía que no lo sabía? ¿Se considera usted más listo que yo? Es eso, ¿verdad? Y cuando selló con silicona, que seguramente le habría conseguido el señor Deepak robándosela a su padre, un hombre pobre pero dedicado al noble oficio de la fontanería, cuando selló con esa silicona la cerradura de la sala de profesores, del claustro y de todos los baños... ¿En qué pensaba? ¿Eh? ¿En qué estaba pensando? ¡Qué desgracia para su madre haber traído a este mundo semejante hijo!... Pero lo de esta mañana ya... ¡¡Lo de esta mañana es lo último!! ¿Cómo puede haber traído una bolsa de excrementos de vaca...? ¿¿¿Cómo puede haber traído una bolsa llena de mierda al centro??? Y sobre todo... ¿¿¿Cómo se le ocurre rebozar con ella mi sillón Luis XV de terciopelo??? ¡¡Es usted el propio hijo de Satanás!! ¡¡Malnacido!! ¡¡¡Un cabronazo es lo que es!!! ¡¡¡Y ahora mismo voy a llamar a sus padres!!!

- Toc-toc...
- ¡Sí! ¡Adelante!
- Disculpe, señor director... Eeeh... ¿Podría acercarse, por favor?
- ¡¿Qué quiere?!
- Tengo a los padres del señor Sadu esperando en el despacho de al lado hace diez minutos. Casualmente habían venido a firmar su donación económica anual para el centro. Debimos de haber hecho caso al conserje el pasado verano y reforzar estas paredes...




jueves, 15 de marzo de 2012

¿Te acuerdas?

David Rodríguez

Un par de cerezos japoneses para verlos florecer cada primavera. Los pétalos cubriendo desde mitad de abril la mesa de piedra, una rueda de molino gastada, y los dos bancos de madera de impecable diseño escandinavo dibujados por tu amigo Natxo. Teca envejecida, sencillos, rectangulares, suaves... daban ganas de pasarse toda la vida tocándolos mientras estabas sentada encima. Ni siquiera pusimos cojines, Natxo, claro que no. ¿Cómo vamos a esconder semejante obra de arte? A unos cuantos metros, un magnolio frondoso como un abuelo con catorce nietos, y al lado, la huerta. Pequeña. Sólo dos hileras de lechugas, unas cebollas, pimientos, tomates y un nogal, eso sí. Para partirnos la espalda cada año recogiendo las nueces del suelo. Sí, sí, los bizcochos de mi madre. Bien que te relamías después, no te quejes, siempre te comías el último trozo antes de dar tiempo a que se secara. Y un par de manzanos enormes y retorcidos, de los que dan esas reinetas orondas que perfuman la cocina semanas enteras...

Ese olor...

Si abrías las ventanas con viento del Este toda la casa olía a campo. Tú estabas justo ahí enfrente, agachado, arrancando las malas hierbas y sembrando algo, con el mar muy al fondo, mientras yo escribía en el portátil apoyado en la rueda de molino, calzado con unas hojas aplastadas. Es cierto, la rueda era bonita pero poco práctica. Sí, tenías razón, no hace falta que me grites... Me he dado cuenta de una cosa. Cuando te pones así mi mano busca el banco de madera.

Estaríamos ahí. Enfrente, delante del mar. Hasta escucharíamos las olas los días de mar revuelta. Pero al final tuviste que pegarme, ¿verdad? Tuviste que pegarme. Dos veces. ¿Y sabes qué? Por fin lo he encontrado. Es justo lo que queríamos. Yo estoy viendo nuestro terreno y tú estás en la cárcel.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Generación de estrellas


Desde que era pequeña conservo la imagen del ¡Hola! y el periódico del día en la mesita del cuarto de estar. En casa le llamábamos así, no salón, ni comedor. Cuarto de estar. Ahí se estaba, se jugaba, se leía y se seguía el Un, dos, tres, La bola de cristal y los telediarios. Y veo a mi madre al principio sin gafas y después con ellas curioseando la vida de sus actrices preferidas, sus vacaciones a bordo de un yate, en una villa de la costa francesa, sus nuevos novios, sus bodas... Natalie Wood y Grace Kelly han estado siempre entre sus preferidas, quizá porque son coetáneas. Y quizá porque incluso a través del potente filtro de estas revistas mi madre comprobó que ellas también sufrían. Natalie Wood por sus separaciones de Robert Wagner y Warren Beatty, entre otros. La ambiciosa Grace Kelly por haber tenido que dejar el cine a cambio de un principado y por la rebeldía de su hija Carolina. Lo leí en aquel cuarto de estar. Al fin y al cabo, mamá, estos iconos no son más que mujeres que ganan y pierden, como todas las demás. Salvo por el brillo que rodea su 
existencia y las hace parecer menos humanas. 
Algo compartieron ambas, un final misterioso. Recuerdo a mi madre llorando cuando sacaron el cadáver de Natalie Wood de las aguas en las que navegaba su yate y un año después con los ojos hinchados después de que Grace Kelly se saliera con su coche de una curva cerrada en Mónaco. Conservó los recortes durante tiempo en un cajón. Con los años lo entendí y me resultó muy tierno. (Lloré como si no hubiera un mañana con el suicidio de Kurt Cobain y la muerte de Amy Winehouse me dio una pena tremenda. Así somos).

Volviendo a la generación de estrellas nacidas en los años treinta, hubo muchas que compartieron década pero no rozaron ese fulgor de supernova ni a años-luz. La suya fue una vida alejada de los focos, mucho menos pública y sobre todo, menos reconocida. Ellas también protagonizaron sus propias aventuras, aunque en escenarios bastante más prosaicos. Enormes casas de pueblo habitadas por hombres, hermanos, padres y abuelos a los que cuidar, vestir, alimentar, ayudar, entender y en muchos casos, soportar. Establos, pocilgas y gallineros repletos de animales a los que dar de comer, ordeñar y limpiar. Escuelas con encerado negro, mapa de España y crucifijo pero sin apenas libros a las que esas mujeres tenían que dejar de asistir porque eran tiempos en los que sólo podían estudiar los hombres, aunque no valieran, y las mujeres no, aunque sí valieran. Pequeños pisos de pueblos que aspiraban a ciudad sin serlo alborotados por niños pequeños y suegras celosas de luto. Y en todos esos escenarios y con guiones a veces difíciles de sostener, se hacían fuertes y se crecían estas actrices, y eran capaces de llenar de matices sus personajes y de la alegría sana y la fuerza de un vendaval su película. Aunque en ocasiones la vida también se las comía, y atravesaban épocas penosas y oscuras. Natalie Wood y Grace Kelly no consiguieron salir, mamá. Tú, sí. Y mira, hoy cumples 74. Cómo es la vida, ¿verdad?

viernes, 24 de febrero de 2012

Lo haría

David Rodríguez


Podría matarte cuando quisiera. Por la mañana al cruzarme contigo camino del autobús que te lleva a la editorial donde trabajas. Mientras paseas con tu enorme perra negra junto al mar. O en el banco. Acercarme por detrás cuando estás sentada leyendo ese libro de un tal Kawakami. No sé cómo te gusta leer esa basura nipona. Bueno, no sé cómo te gusta leer. A mí me pone nervioso. Pasar horas delante de unos trozos de papel firmados por alguien que se cree tan importante que merece mi tiempo. Cuánta presuntuosidad... Qué vacío. Si toda esa gente que escribe libros se hubiera asomado a mi abismo, no tendría nada que contar. Meses y meses desnudo en celdas de aislamiento. Seis metros cuadrados llenos de una nada blanca. Ese hielo les habría abrasado las vísceras y el cerebro y les daría igual todo. Si te has revolcado en tanta inmundicia, tanta soledad y tanta indiferencia, sales limpio de la nada. Puro.

Es gracioso. Existe un punto. El desierto te parece infinito al atravesarlo, pero no lo es. Hay un punto muy preciso que marca el final del viaje, pero es invisible, sólo lo encuentras si estás muy cerca. Justo ahí, cuando cruzas tu umbral y pierdes el respeto a todos, a todo y a ti mismo, te das cuenta de que eres libre. Sientes una libertad inmensa... Da miedo, al principio. Es tan salvaje que te vuela la cabeza. Te emborracha, te vuelve loco y te hace invencible. Eres un águila imperial. Puedes hacer lo que quieras porque no queda nada capaz de atarte a la vida. Eres dios.

¿Sabes cómo actuamos los dioses? Por impulsos, sin responsabilidad ni consecuencias. Y este es mi margen cuando trabajo. A mí me hacen un encargo y cuentan con la garantía absoluta de su ejecución, pero saben que seré yo quien decida cuándo y cómo. Hace tres meses que lo sé todo de ti, cada costumbre, cada manía, cada tic y cada gesto. Sé cómo hueles. Podría matarte cuando quisiera. Pero me gustas.

jueves, 23 de febrero de 2012

La Gran Operación

David Rodríguez


- Tú, Toro, a lo tuyo. ¡Céntrate! Ya te pillarás luego la play, ¡que pareces un puto crío!
- Venga, ¿qué?
- Que cojas el teléfono que te he pasado, llames y digas que nos preparen el pedido para esta tarde a última hora, a las siete y media. ¡Vamos, como el otro día!
- ¿Y tú que vas a hacer?
- Yo voy a alquilar la furgo, la grande que usamos la semana pasada. A las siete y media voy a Trapaga, donde vas a llamar ahora, ya lo tendrán todo preparado, cargo y del tirón me voy donde el Juli, llego a eso de las ocho y pico, en su calle ya habrán cerrado todo, descargamos rápido, chapamos el almacén, cobro la pasta ¡y aire!
- El otro día fue bien, ¿eh?
- El otro día fue de puta madre, Toro. Y hoy también. 4.500 eurazos que nos vamos a sacar con dos días de curro, ¿cómo te quedas, tío? ¡No has ganado tú eso en la cadena de montaje en tu vida!
- Ya, tío, Jairo... Pero como nos pillen... Que ya no somos menores, chaval...
- ¡Qué nos van a pillar ni pillar! ¿Prefieres volver a la fábrica o qué?
- Si pudiera sí, pero con ese jodido ERE... Está todo muy complicado, tío...
- Venga, venga... ¡No hay que venirse abajo, Toro! Cuando tengamos la pasta vamos a irnos a cenar tú y yo como unos señores y a darnos un buen fiestón. ¡Mañana mismo, que es jueves y habrá tema! ¡Ya verás!
- ¿Dónde está la tarjeta con el teléfono?
- ¡Ese es mi Toro! Toma, como la otra vez. Llamas y dices que eres este tío que pone aquí, muy profesional, le cuentas que pasará el transportista a recoger a las siete y media de esta tarde. Y ya. Cuando termine en lo de Juli te llamo, ¿vale? ¡Venga ese abrazo, joder!

Tras haber recibido una llamada de Trapagaran, dos coches de la Ertzaintza se encuentran aparcados en el patio trasero del edificio desde las seis y media de la tarde. Tres agentes se han escondido dentro. Un cuarto, el jefe del dispositivo, da las últimas indicaciones a un hombre de cincuentaytantos años, que se frota las manos nervioso contra las perneras de un buzo manchado de grasa. Faltan cinco minutos para las siete y media.

- Usted, tranquilo. Cuando aparque la furgoneta atiéndale, prepare el albarán y empiecen a cargar.
- De acuerdo, lo intentaré.

Una IVECO Daily blanca aparca marcha atrás con suavidad, Jairo se baja de un salto y camina resuelto hacia el hombre de cincuentaytantos años, sentado en una cabina acristalada junto a un ordenador y un flexo.

- ¡Aúpa! ¿Qué hay? Vengo a recoger el pedido que le hemos hecho esta mañana.
- Muy bien. Justo he terminado de rellenar el albarán. Toma, firma aquí y llamo a un compañero para ir cargando. ¡Aitor! Esa es la furgoneta.
- Le dejo aquí el boli. Espera, ya te abro yo las puertas. Lo hacemos entre los dos y así terminamos antes, que seguro que tú ya te quieres ir a casa también, ¿no, chaval?
- Pues sí, la verdad. Coge de ahí abajo, así puedes agarrarlos bien.
- ¡¡Todos quietos!! ¡¡Manos arriba!!

Jairo y el otro chaval se quedan paralizados. De pronto están rodeados por cuatro ertzainas.

- Dejad eso en el suelo.
- ¿¿Pero qué coño es esto??
- Venga, listo. Que ya sabemos quién eres. Que la semana pasada hiciste lo mismo en Getxo. Estás detenido.
- ¡¡Eh, eh!! ¡Que sé que tengo derechos, tío! ¡Sé que puedo hacer una llamada, y la voy a hacer!
- Nos gusta el cine americano, ¿eh? ¡Venga, llama!

Jairo saca desafiante un iphone del bolsillo del vaquero, da la espalda al ertzaina y se separa un par de metros.

- Vane, cariño...
- Yo también tengo ganas de verte, sí, escucha. Que lo del viaje a Las Vegas no va a poder ser el mes que viene.
- Sí, tu Jairo te lo había prometido, pero ahora no va a poder ser...
- ¿Cómo que no cumplo mis promesas? ¿Y la operación? ¿Quién le pagó la operación a su nena, eh?
- Escucha, Vane... Claro que te quiero...
- ¡Que me escuches te digo! ¡Que si te quieres casar de Dolly Parton, te casarás, joder! Algo se me ocurrirá. Habla con tu tío el abogado y dile que me llame, ¿has oído? ¡Que me llame!

Esa misma noche, sin poder dormirse, la Vane chatea inquieta con una amiga iluminada por la pantalla de su portátil mientras curiosea la última hora de la prensa local.
- No sé, Cristi... Este se ha metido en un lío...
- Mujer, te habría dicho algo, ¿no? ¡Ya lleváis ocho meses juntos!
- Cristi, tía... ¡¡Que lo acabo de encontrar!! ¡Qué fuerte, léete esto!

"Un joven de 24 años ha sido detenido en Trapagaran y otro de la misma edad imputado por su presunta participación en un delito de estafa. El arrestado y su cómplice, suplantando la identidad de otra persona, adquirieron neumáticos por valor de más de cuatro mil quinientos euros en dos talleres".

domingo, 5 de febrero de 2012

Sin hoy ni mañana

David Rodríguez

Al principio hubo una hora en la que no ocurrió nada. Sólo que la luz se fue y ellos se quedaron, felizmente encerrados en unos metros cuadrados sin balcón ni ventana. Fueron una alegre pareja de recién casados con una excusa para probar lo que esperaban repetir muchas veces en ese crucero, explorarse. Y lo hicieron sin conciencia, sin saber que minuto a minuto se estaban adentrando en un territorio cada vez más oscuro. Ese en el que habitan los temores primitivos.

Poco a poco la negrura mineral del camarote comenzó a inclinarse, el suelo se convirtió en pared y la pared en suelo. Ahí fueron capaces de vivir 35 horas, ocupando un espacio sin referencias, sin saber que sus coordenadas se habían torcido definitivamente. Ese universo incoherente y opaco había absorbido el significado de muchas parejas de palabras y lo había hecho intercambiable. Arriba y abajo. Noche y día. Hoy y mañana. De repente esa palabra se hizo tan hiriente para Hye Jin y para Kideok como las patas metálicas de las sillas que se arrumbaban junto a sus piernas, en una arista del cubo. Entonces entró en el camarote el único que podía hacerlo. El miedo. Y consiguió que en esa tierra extraña de muebles como insectos enormes, cristales, ropa abandonada y desconcierto germinaran la angustia, el resentimiento, la violencia y el pavor que nos devuelve a nuestra condición de animales. Estallaron los golpes, los gritos y la locura... Y después...

...nada.

Dolor, vacío y agotamiento.

La oscuridad envolvió al silencio.

Cuando habían pasado más de treinta horas del naufragio, Hye Jin y Kideok eran dos cachorros inmóviles encogidos en una caja de zapatos. Con los nudillos ensangrentados. Sabían que estaban muertos y desde esa orilla recordaban su vida.

- ¿Por qué no cogimos habitación con balcón? Por cien euros más seguiríamos vivos...

Entonces escucharon un mazazo en la puerta.

domingo, 8 de enero de 2012

El bisnieto de Oates

David Rodríguez

No hay bares, restaurantes, cines, ni tiendas. No hay edificios ni calles. A cambio, inmensas paredes blancas, montes inesperados y grutas submarinas azules. En algunas ya se ha internado en compañía de Jamie, un buceador neozelandés un poco loco, pero gran profesional. Y buen tipo. Incluso con el mejor traje seco las inmersiones no han superado nunca la media hora. Con un agua a dos grados bajo cero sin llegar a congelarse, en ese tiempo las manos se insensibilizan bajo los guantes. Pero el espectáculo es fascinante... Edgar se ha cruzado con elefantes, leopardos y lobos marinos, como si la fauna que vive en ese océano gélido fuera el reflejo acuático de la que habita sobre la tierra de continentes más cálidos. Muchas mañanas se ha desayunado en el comedor de la base al mismo tiempo que las ballenas en el muelle frente a la ventana. Él, café caliente y huevos cocidos. Ellas, krill. ¡Les vuelve locas! A las ballenas azules, a las enanas y a las bobas, sin distinción. ¡Se pirran por esos camarones!

Esta mañana, mientras removía el café,  ha rememorado el susto que les dio a Jamie y a él aquel cachalote... Había muy poca luz y los haces de las linternas apenas iluminaban una distancia de tres metros, justo estaban saliendo de una cueva no demasiado profunda cuando vieron una masa oscura cruzando ante ellos.  Aquello comenzó a pasar por delante y no terminaba nunca, y a Edgar le vino a la cabeza la imagen del calamar colosal que sólo había visto en los libros, un ejemplar dificilísimo de encontrar que podía llegar a pesar 500 kilos y rozar los 15 metros de longitud. ¡Terrorífico! Incluso hoy se le ha erizado la piel de la nuca mientras se mordía el labio al acordarse. Sí, es cierto... Para pasar dos años y medio rodeado de hielo, hay que estar un poco loco, como Jamie y como él. Hoy termina su trabajo de biólogo marino en la Inspección Antártica Británica. Ha dado por concluido su último informe, ha escrito en su blog y ya le esperan para cenar. Una cena especial, porque se despide y porque hoy cumple 32 años. Los mismos que su bisabuelo cuando murió unos kilómetros más al sur. Y se ha acordado de él.

Se ha acordado del pedazo de continente helado que lleva su nombre, la Tierra de Oates, de la brutal desilusión que debió de vivir cuando vio, con sus compañeros de expedición, la bandera noruega de Amundsen coronando el Polo Sur y del horror que tuvieron que padecer ya vencidos en aquel infernal camino de vuelta, sembrado además de discusiones con Scott. Antes de bajar a cenar, Edgar se ha preguntado cuál pudo ser el último pensamiento de su bisabuelo cuando abrió la cremallera de la tienda enfermo y exhausto, "voy a salir fuera, puede que tarde en volver", creyendo que si liberaba al resto de la expedición de la carga que les suponía acarrearlo podrían salvar sus vidas. Se equivocó. Los demás sólo tardaron unos kilómetros más que él en morir. Pero Edgar, a punto de soplar la vela de su tarta, ha pensado que su bisabuelo Lawrence hizo lo que tenía que hacer. Y que él no se habría atrevido.