Pienso en los alojamientos sencillos y económicos que he
encontrado alguna vez en La Alfama lisboeta, encajados entre ventanas floridas
en una cuesta escalonada y tapizada de azulejos blancos y añil. Con una
distribución interior anárquica y sorprendente y mobiliario de distintas épocas
que se encuentran o desencuentran, pero siempre generan una atmósfera vagamente
obsoleta, como de haberte caído por un agujero en un rincón del siglo XIX. Un
remedo breve del Aleph borgiano.
También puedo pensar en cuchitriles con catre, sábanas que
nacieron blancas y se perdieron por la senda de los parduscos, mesilla de
formica y lámpara de luz mortecina. Pero no quiero.
Así que termino derivando en lo que son hoy las pensiones de
las que vive buena parte de la población, y sobre todo, en lo que no serán. Leía
esta semana mientras preparaba el reportaje del día que en Euskadi los
jubilados cobran, de media, 1.060 euros, más que los madrileños, catalanes,
manchegos… y mucho más que los gallegos. Un 3,2% más que el año pasado, dicen
las estadísticas. Pero unos señores pensionistas se me han reído a la cara
cuando les he trasladado estos datos, porque resulta que como ha subido el
precio de los productos, de los servicios que pagamos, y de los impuestos que
también tenemos que apoquinar, el poder adquisitivo que tienen nuestros padres
y abuelos es más pequeño de lo que parece. Así son las cosas, mientras la
tijera no las alcance de lleno, en la realidad de las pensiones.
La duda es cómo serán en diez, veinte o treinta años. Hoy
por hoy, a mí me cuesta imaginar que una cantidad que me permita vivir
decentemente me vaya a ser ingresada en cuenta cada mes cuando cumpla los 65. Y
eso que la cantidad en cuestión la habré generado yo misma, si consigo mantenerme
trabajando y cotizando, durante toda mi vida laboral. ¿Pesimista? Cada vez es más
precario el empleo, los contratos para más de tres meses se han convertido en
una joya en medio del fango, acumular antigüedad está al alcance de cuatro funcionarios,
los salarios que recibimos por el mismo trabajo son más bajos y despedirnos
resulta baratísimo. Somos menos los que cotizamos, y cotizamos menos.
Claro,
existe la opción de tratar de blindarse un poco el futuro mediante un plan de
pensiones, pero ¿por qué seguir alimentando la privatización? ¿Por qué tenemos
que asegurarnos de manera privada una garantía que ha de ser pública, porque es
uno de los pilares de ese Estado del Bienestar que construimos hace décadas? Hoy
vivimos en un malestar permanente, pero en ocasiones, hay destellos que nos
hacen replantearnos lo que percibimos como realidad abrumadora.
Un pensionista me alertaba el otro día. Venía a decirme que la idea de que nuestra generación no va a tenerpensiones que cobrar es mentira, es lo que quieren hacernos pensar. Sagacidad
reposada. En la generación de un estado de opinión siempre subyacen
intereses, los de la banca, los de un partido, los de un gobierno. Sabemos que
la estrategia del miedo siempre funciona. Y a pesar de ello, seguimos cayendo
en la trampa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario