Y en el octavo día se enfrentó a lo que había creado. Foto David Rodríguez |
Pero supongo también que le debe de pesar un cierto lastre de frustración, y que eso le impide elevarse como los ángeles, con esa incorporeidad envidiable y sonrosada que les lleva a anunciar tarrinas de queso cremoso con nombre de canción de Springsteen. Quizá dios arrastra esa sensación irremediable de fracaso como una bola de hierro encadenada a un grillete que le gangrena el tobillo. Quizá... Porque si dios es buena gente, si partimos del perfil de dios bondadoso esculpido por la religión que nos ha tocado en esta región del planeta, tiene que sufrir insomnio cada vez que alguien agarra un AK47, o lanza un misil tierra-aire, o enseña a un niño a usar una pistola, o aprieta un gatillo contra alguien que piensa diferente, o aprueba una intervención militar en otro país, o echa gasolina a un conflicto étnico, o viola a una mujer, o la compra, o la vende, o la lapida, o la maltrata de cien maneras distintas y más sutiles, o firma una orden de desahucio, o vende un fondo de inversión riesgo a un jubilado sin formación. Si hay dios, no duerme. Ni una noche. Salvo que, siendo todopoderoso, distribuyera toda la culpa entre sus criaturas humanas, especialmente entre las judeocristianas, y él saliera del reparto. También puede ser. Un dios sin culpa ni sentido de la responsabilidad que pensara "yo os he creado, con vuestras capacidades y con vuestras carencias. A partir de aquí... Suerte!".
Aunque el dios jubilado no tiene pinta de estar rumiando este tipo de pensamientos en su terraza cubana. Le veo más bien triste, alicaído e impotente, sin ganas de enviar siquiera una tormenta que refresque las calles abrasadoras de su isla.
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