Yo diría que Devrhim no es iraní, creí entenderle que era de Istanbul, creí. Con este hombre que podría tener 63 años, o 75, o 979, no se sabe muy bien. En la cartera lleva un billete de autobús comprado y usado en Isfahán que me regala y una foto de una niña de unos 13 años vestida de bailarina de ballet, pero de esa foto no me dice nada. Tampoco sé si tiene mujer, o la tuvo, o tuvo muchas y no le queda ninguna. Sí me llama la atención que en la foto del estanque de los patos iraní que me enseña orgulloso lleve un traje negro muy vivido sobre un jersey de punto crudo y cuello vuelto. No parece él, el Devrhim que tengo delante y que sería un personaje que vive por ejemplo en la página 137 de Cien años de soledad. Un chamarilero, un predicador ambulante de remedios imposibles, un buhonero o un personaje apuntalado sin edad, sin familia y sin patria que vende piedras y talismanes antiguos seguramente falsos de pueblo en pueblo, con la tez curtida como el cuero viejo y el cabello blanco. Y con una mirada a ratos pícara y divertida y a ratos lejana y triste. Cuando se recoge hacia dentro y se mete en esa mirada es difícil seguirle y encontrarle, porque cierra la puerta tras de sí, y no sabes si ese camino verdoso y dorado le ha llevado al lago de Isfahán, o a apoyar la cara en las manos sentado en el sofá de un salón bastante humilde mientras mira con orgullo a la bailarina de ballet que puede ser su hija hace muchos años, o su nieta hace pocos, o sólo una foto que alguien le regaló una vez.
Ellen, una irlandesa cuarentañera que lleva dos o seis meses viajando por Grecia y Turquía con su mochila, su tienda de campaña y su novio francés, nos contó que en el camping en el que han coincidido con Devrhim le llaman "el loco". Cada mañana se coloca bajo la ducha con el gorro de lana, la chilaba, los bombachos, los zapatos con punta de babucha y la escúter que le lleva de un sitio a otro y abre el grifo. Así se ducha, se lava la ropa y limpia la moto. Con jabón. No he conocido en mi vida mejor puesta en práctica del ahorro energético. Qué grande es este hombre... ¿Cómo nos conocimos? El primer día que llegamos a Gökçeada, una isla turca que recomiendo mucho, nos lo encontramos en Kadiköy con su puesto de baratijas o tesoros antiquísimos. Como ese tipo de objetos y de personajes me atraen como a un clavo un imán, ahí me quedé. Una mosca atrapada en una de esas cintas amarillas que caen en espiral de algún techo. Al principio nos medimos en una entretenida negociación que atravesó todas las fases preceptivas del regateo protocolario. Traduzco.
- ¿Cuánto cuestan?
- 20 liras turcas cada una.
- ¿¿¡¡20 liras turcas!!?? ¡¡No puede ser!! ¡¡¡Eso es carísimo!!! (gesticulando como si fuera romana, del propio Trastevere).
- ¿¿¿Pero cómo??? (ofendido como si hubiera escupido sobre la tumba de su madre).
- Por favor, que ya sabemos de qué hablamos... Esto es latón, no es bronce, ni plata, ni oro... (ahora como si fuera del Bronx, abriendo los brazos y moviendo la cabeza de adelante hacia atrás).
- ¡Es bronce! ¡Los talla a mano un amigo mío, uno a uno, en Istanbul! ¡Son únicos! ¡¡Únicos!!
- Bueno... yo sé que únicos no son. Y tú también.
- ¡¡¡Jaaaajajajaja!!! ¿Cuánto?
- 15 cada uno.
- Mmmh... 18.
- Por favor, 18... Si son copias, he visto dos muy parecidos. ¡O iguales!15.
- ¡15 es imposible! ¡¡No gano nada!!
- Tengo amigos artesanos, y esto no es una placa antigua... (me tiro de la moto).
- Pero si mi amigo los graba en Istanbul, ¡sólo a mí! (con los brazos muy abiertos y mirando al cielo).
- Sí?... (con la cabeza ladeada).
- ¡¡Jaaaajajaja!! Ok, 15.
- Es un buen precio para mí, y un buen precio para tí. ¿No?
- ¡Jaajaja! ¿De dónde eres?
- ¡Jaaajajaja! (Comprobado ya que decir vasca en esta isla es tontería y que no va a ningún lado) Española.
- Oooooh... ¡Jajajaja! (me da la mano en señal de que los timadores, desde la picaresca del XVI de Rinconete y Cortadillo, nos reconocemos en todas partes).
- ¿Un çay?
- ¡Ahora sí!
Así fue como terminé llevándome unos presuntos talismanes del antiguo imperio otomano, que son unas chapitas de latón con inscripciones y dibujos grabados que me gustaron, quitándome la capa de SúperListilla-EnRealidadCanela, sentándome en un taburete para enanos con el culo de rafia roto a tomar un té con él. Ese primer día también nos hicimos una foto con el móvil. Demasiado pronto, más tarde habría estado mejor. El principio de una bonita y corta amistad. El cuarto día nos íbamos. Como las despedidas me gustan muy poco y las despedidas largas, nada, estuve con él charlando un rato al volver de la playa, me escribió en el cuaderno del viaje algo en turco supongo que bonito que aún no he traducido, le dibujé de perfil y le escribí en un trozo de papel mis mejores deseos en castellano, nos tomamos otro çay y le aseguré que volvería por la noche para despedirme. Y él me pidió que volviera. Por la noche tenía tal dolor en una pierna (el nervio ciático, o ve a saber qué mierda fue aquello) que sólo quería meterme en mi cama después de haber estado de charla con Ellen y con Pascal junto al puerto sentados en el suelo. Así que no pasé por su puesto, y la mañana siguiente ya nos fuimos de la isla. Me sentí como una rata asquerosa por no haber vuelto, y ahora me vuelvo a sentir. De pena. Un abrazo muy grande, Devrhim.
Gökçeada, 2 de julio de 2011 |
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