Uno de los pequeños placeres o grandes sufrimientos que nos depara la playa es la escucha involuntaria. Es una actividad que también desarrollamos en el metro, el bus, la sala de espera del dentista, la cola de la panadería... pero hoy situaremos la acción en la playa, que es donde ha ocurrido. Ayer el Cantábrico estaba divertido, levantaba olas medianas pero constantes que invitaban a lanzarse de cabeza conforme se acercaban, justo antes de romper, y a dejarse arrastrar, justo cuando la cresta está en su punto más alto sin llegar a escupir aún la espuma. Todos aceptamos la invitación. Unos con sus tablas, otros con sus corchos, y los demás con nuestros cuerpos, que es la única herramienta que sabemos manejar. A veces. Desde que tengo uso de razón y mis padres me llevaban a la playa de Donosti, una de las tres playas genéticamente navarras junto con las de Zarautz y Orio, me acompaña la alegría salvaje, algo a medio camino entre el placer y el miedo, de coger las olas, bracear y dejarme arrastrar hasta donde llegue. Hoy es el día que aún no tengo dominado el asunto, y pocas son las veces que consigo llegar hasta la orilla y quedarme varada como las ballenas. Bien, ayer después de dos o tres triunfos y muchos más resultados mediocres, volví a mi territorio arenoso y me lancé sobre el pareo con el corazón agitado mientras tres post-adolescentes, dos chicos y una chica, recogían sus toallas y sus mochilas enfocando hacia un horizonte diáfano, el plato de lo que fuera que les hubieran preparado sus madres. A todos no.
- Buah, tío, vete a saber qué me habrá dejado hoy la vieja...
- Yo me voy a hacer unos macarrones. ¡Lata tomate y pim-pam!
- Pues a mí hoy me toca piña y pollo.
- ¿¿¿Piña y pollo??? ¿¿Qué es eso??
- Joder, tío, que estoy a dieta... Ayer me pasé, y hoy sólo puedo comer piña y pollo.
- ¿Y tienes que comer todo que empiece por P?
- ¡Claro! Piña, Pollo, y después... (Adivina-adivinanza...)
- ¡Polla!
- Bah, tío, qué pereza dais, de verdad...
- ¡¡Oye, no!! Mejor Piña, Pollo y de Postre... (Ahí va el otro campeón...)
- ¡¡Polvo!!
- ¡Jaaaajajaja! ¡Así seguro que adelgazas!
Bueno, 18-19 años. ¿Humor fino? Poco. ¿De raíces británicas? Tampoco. ¿Graciosos? ¡Pues sí! Yo me reí, además con ganas. Por la frescura de la conversación y porque pensaba que los tiempos no cambian en lo sustancial y que esas trece líneas de diálogo sintetizan una filosofía de vida. La nueva generación sigue preocupada por lo mismo que la anterior, y ésta que la previa, porque en torno a mayo del 68 cambiaron algunas pautas importantes, y las mujeres nos liberamos, conquistamos nuestro cuerpo, quemamos nuestros sujetadores, empezamos a tomar la píldora para disfrutar del sexo sin el miedo a quedarnos embarazadas cuando no lo queríamos, decidimos actuar "como chicos", sin apego, sin sentimentalismos, sin sentimiento a veces, nos fuimos hasta el otro extremo, derrapamos y después ya tratamos de encontrar nuestro sitio. Pero hoy una chica de 19 años sigue preocupada porque su cuerpo en la playa no es exactamente el que quiere tener. Ni de lejos. Aunque esté cañón, no lo ve. Y un chico de 19 años sigue pensando en todo momento en follar. A toda costa. No puede hacer otra cosa, el sexo domina su cerebro.
¿Simplista, el retrato? Enormemente. Generalizar siempre implica dejar fuera las (sugerentes) minorías y las (honrosas) excepciones. Estos días estoy leyendo La viuda embarazada, de Martin Amis, y la historia transcurre en una medida por ese camino, por un verano de los 70 y un viaje a Italia de tres chicos británicos, Keith, Lily y Scherezade. Keith y Lily son novios-amigos-desde-la -infancia-hermanos. Scherezade es la amiga de Lily a la que acaba de brotarle el cuerpo de mujer y aún no se ha dado cuenta del todo. Ni de eso, ni del efecto que causa en los hombres. Lily es, como trata de justificar Keith, de una belleza más inteligente, más sofisticada, menos obvia. Pero resulta que Scherezade no está buena y es corta, amigos, no. Es rápida y divertida, además de estar buena. Así que... sólo voy por la página 88 de casi 500 pero señales sutiles como fogonazos en una noche sin luna conducen a pensar que a Keith la cintura y los muslos morenos de Scherezade le están poniendo enfermo hace ya tiempo, y que las cosas van a acabar como Lily sabe -y alienta- desde el primer día de sus vacaciones. Ah, esos veranos que le cambian a una la vida...
Bueno, creo que ha quedado claro que hoy esto no va de profundizar en la distorsionada percepción que solemos tener las mujeres de nuestro cuerpo, ni de dónde y cómo colocamos nuestra autoestima, ni de la primitiva capacidad masculina de mantenerse bien amarrados a lo atávico, lo carnal y lo vital que entraña el sexo. Va de elegir vivir. Y ante la disyuntiva piña o polvo, si se puede elegir..., polvo. La piña, recién sacada del frigorífico y cortada en trozos, también está buena.
Está muy bien todo lo que dices, Mai, pero depende de según qué piña y qué polvo. Hay polvos tan ralos e intranscendentales como el aroma de esas piñas industriales que no huelen a nada y menos cuando salen medio congeladas del frigorífico. Ahora dejo a cada cual que elija, si puede, qué polvo puede echar y que piña quiere comerse.
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