Una se sobrevuela un poco y se ve rodeada de sonrisas cómplices y generosas, miradas brillantes y copas de vino a medio vaciar. De sobrinos que se lanzan de la carcajada en cascada al río de llanto en un nanosegundo. De hojas de chopo destellantes a la última luz del sol y la brisa de la tarde. Son lugares comunes a los que gusta volver una y otra vez. Una ha habitado en muchos momentos así este verano. En esos escenarios sentimentales posibles ahora aparece un elemento nuevo. Ahora una se halla rodeada de amigos y amores del alma que están cumpliendo 40 y cercada por la sensación cada vez más vívida y más consistente de que algo está cambiando. Siempre es lo mismo, sí, pero es diferente.
Ayer hablaba con Nuria, una de esas amigas del alma, de que empleamos mal el tiempo verbal. Seguimos utilizando el presente para acciones que transcurrieron en el pasado. No nos gusta el pretérito imperfecto. Decimos cosas como "sí, sí, yo siempre salgo por tal calle ¡y siempre acabamos a las mil en tal local!". Y ya no es cierto. Porque en tal local no damos con nuestros huesos hace... ¿un año ya? ¿o son dos? Pero nos imaginamos ahí y seguimos ahí. Es un poco 2046, Wong Kar-Wai. Vivimos en un estado mental construido de puro recuerdo. Ya no existe, pero tiene la misma solidez que un lugar al que podemos acudir siempre que queramos y que sentimos como real. Nos asomamos por una mirilla, lo vemos, y creemos estar ahí.
Supongo que entrar en los 40, una frontera fluctuante y muy subjetiva, debe de ser así para muchos. Nos vemos siendo los mismos y haciendo las mismas cosas pero en esa vía hay vagones que se van desenganchando mientras otros se incorporan a nuestro tren. Nos cuesta infinitamente más encontrar un proyecto profesional que nos enganche, que nos propulse hacia delante y nos haga recuperar al menos un pedazo de la ilusión originaria que nos hizo apostar por este camino. Sabemos en qué situaciones no queremos volver a encontrarnos y por qué circunstancias no volveríamos a pasar ni muertas, aunque nos cueste saber dónde vamos a ubicarnos en esta segunda mitad de la vida. Nos planteamos si ser madres, y vosotros padres, quizá no tanto porque ahora nos haya llegado el gran momento para serlo, sino porque después el momento ya no podrá ser, con lo cual de repente nos encontramos tomando decisiones de futuro que nos cambiarán radicalmente la vida, cuando siempre hemos vivido absorbidas y acotadas por el día a día. Todo esto nos ocurre.
Y al mismo tiempo, no queremos dejar atrás del todo el peterpanismo. Nos resistimos a abandonar el espíritu libre que nos lleva a marcharnos y volver cuando nos apetece. Nos resistimos a dejar de tomar decisiones que sólo dependen de uno. Nos resistimos a amarrarnos, a dejar de escapar y evadirnos, pero también asumimos responsabilidades, damos a las cosas la importancia que tienen, las ponemos en su sitio y las miramos tranquilamente cara a cara. Es cierto, Nuria, nos hacemos mayores.
A mí la sensación de inmortalidad me ha durado hasta hace muy poco. A veces, aún la siento. Sabemos que es algo asociado a la adolescencia, cuando vives en la bendita convicción de que a ti nunca te tocará un accidente de coche, y que si te toca saldrás ileso. Nunca se desenroscarán las tuercas de esa satánica atracción de feria que te multiplica por dos el ritmo cardíaco. Nunca vivirás la enfermedad entendida en su sentido más grave porque, además, tu organismo es inmune a los dolores físicos. Y como por accidentes de coche y sustos serios de los que he salido ilesa he pasado y por experiencias sanitarias al borde de decir hasta otra, amigos, también, esa sensación de inmortalidad no era tan peregrina. Estaba alimentada por realidades constatables. Pero ahora sé que más que inmortal soy afortunada. Lo que tengo es suerte, mucha suerte, y la agradezco a menudo. Así que ahora que empiezo a saber que no soy inmortal, como todos los que nos acercamos a los cuarenta y los que los acaban de estrenar, espero que esa fortuna nos acompañe todo lo que ella quiera, o lo que nos merezcamos tú, David, tú, Guren, tú, Ainhoa, vosotras, las que no queréis poner en facebook de qué año sois, perras... ¡Los 40 son vuestros! El próximo año os pillo... ¡¡¡Pero aún tengo el vale de los treintaypico!!!
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