sábado, 10 de diciembre de 2011

Good Luck

David Rodríguez


Al principio decíamos que eran días de estación de esquí. Días de invierno con el cuerpo caliente y la cara helada y resplandeciente al sol. Esos días nos acercábamos a pasear al pantano esperando que de la neblina en suspensión emergiera el monstruo del lago Ness, un campanario o el maletero de un coche. Un Mercedes antiguo verde musgo, por ejemplo. Algo que nos sirviera para inventarnos una historia que durase lo mismo que nuestro recorrido besándonos y bordeando el óvalo de agua mientras Luck, mi perro, olisqueaba entre los arbustos el rastro de algún deseo por definir.

Luego aquellas tardes de diciembre se convirtieron en mañanas de enero, fueron haciéndose más frías y menos luminosas. Seguíamos escapando de excursión junto al pantano, transformado en laguna Estigia desde que encontramos una barca amarrada a la orilla balanceándose sensual entre jirones de niebla, esperándonos. No teníamos prisa por que Caronte se llevara nuestras almas al infierno. Preferimos desgastar antes nuestros cuerpos de puro usarlos, felices, hambrientos y perdidos en aquel frío de acero cada vez más gris y más intenso mientras Luck nos esperaba escondido entre sus arbustos, acomodado en una complicidad paciente.

Este mediodía de febrero Luck ha vuelto al pantano. Desde la distancia mira inquieto a una pareja como nosotros que pasea con un perro como él y no nos encuentra. No sabe que hemos partido en la barca. Caronte se cansó tanto de esperarnos que al final convenció a la mujer de mi hombre, a la esposa de mi amante, para que acabara con nuestros cuerpos y así poder llevarse, al fin, nuestras almas. Para hacerlo aquella mujer eligió un Mercedes antiguo, de un precioso verde musgo. Así de curiosa es la vida a veces. Desde entonces ahí sigue Luck, enfrentándose en soledad a su arbusto cada día. Sabiendo que parte de nosotros se ha quedado enredada en las púas de los espinos. Sólo él lo sabe.

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