martes, 6 de septiembre de 2011

Iba el Lobo López...

... tragando saliva,
por no hablar a tiempo

estaba sufriendo,
su amor se le iba...

¡¡¡La he conocido!!! ¡A la mujer que dejó escapar El Lobo López! Sí, la que protagoniza el fuera de plano de la canción que escribió Kiko Veneno hasta que entra ya en la penúltima estrofa. Según me cuenta Ella, además de seductor sobrenombre El Lobo López tiene nombre propio, profesiones varias y sobre todo variadas y, claro, trayectoria bohemia. Algo más ha de tener, intuyo. La historia de esta interesante mujer que conocí hace poco y de su cómplice y amante ocasional a lo largo de los años transcurrió hace bastante tiempo, y está construida, como las buenas historias de amores pasionales, a golpe de viajes, búsquedas, reencuentros y desencuentros. Y siempre con distintos escenarios de fondo. París, Barcelona, la selva mexicana... Mucho disfrutar y mucho padecer, como suele ser. ¿Lo más sugerente? Que aunque Ella tenga pareja estable hace tiempo, nuevas entregas sobrevuelan el terreno de lo posible. 

Quizá estoy muy condicionada por mis alrededores pero creo que es difícil que exista mujer que no se haya enamorado nunca del malo. (Y demás opciones, pero una nació en femenino hetero y habla de lo que conoce). Quien más quien menos ha tenido un Lobo López en su cama, en su corazón y en su pensamiento. Acechándonos. Y nosotras esperando que nos aceche, o yendo en su busca, dejándonos engatusar y esperando transformar la parte que nos hace sufrir de su naturaleza salvaje en una condición doméstica, cálida y tierna. No tanto la del corderito de Norit como la de un fiel golden retriever. Pero en el fondo sabemos que así dejaría de gustarnos y de tenernos con las tripas agarradas, así que cuando caemos en una de estas vivimos en una dicotomía bastante angustiosa. Lo que te mata, te alimenta. Vendría a ser. Relaciones pasionales, entrecortadas, intensas, bordeando el precipicio. Walk the line. Relaciones en las que una se encuentra haciendo cosas que creía que no iban con ella y que nunca haría. Noches sin dormir, esperas desesperadas de madrugada, trayectos interminables en coche, encuentros exultantes... Vida, como diría Keith Richards. (Otro día entraré con su autobiografía, voy por la adolescencia. Prometedora. Conocida e intuida. A ratos tierna y sorprendente).


Volviendo al asunto, lo más interesante de todo esto es qué aprendes de ti cuando te acercas, te mantienes al lado y ya luego te alejas del Lobo. Una tiende a creer que emana una fuerza interior recibida directamente de los dioses que la hace capaz de conducir a la fiera hacia la luz. Una se cree salvadora. Y ahí la caga. Sin remedio. En ese tira y afloja subterráneo es mucho más sencillo dejarse arrastrar al lado oscuro que salir del túnel. Cuando una se ha aburrido ya de repetirse en parecidas secuencias con distintos actores se da cuenta de que la realidad es la que es. Inmutable. No hay dios que cambie a quien no quiere cambiar. Por mucho que te lo prometa.


Tengo que decirle 
que la echo de menooooos,
lo he dejado todo
por no hacerle daño

soy un Lobo buenoooooo...


Seguro. Para los parámetros de bondad que manejaría el inventor de la bomba atómica. 

La verdad es que fue divertido escuchar su historia el otro día al gran amor de El Lobo López, porque nos creemos únicos y especiales, pero incluso en el amor todo se repite. Diferentes caras, cuerpos y nombres. Las mismas historias. Como las que viven en el territorio de Lo No Dicho. Los amores sentidos y raramente manifestados. Los que clavan sus patas en el corazón y en la ilusión y de ahí no las mueven. La del corazón porque lo que no se estrena ni se pone a prueba es difícil que se estropee y pierda brillo, con lo cual tiende a durar un tiempo no eterno pero sí indefinido. La de la ilusión por eso mismo, y además porque la conveniencia, la comodidad, la falta de arranque, el miedo al salto al vacío y al cambio... la cobardía, la experiencia, suelen sumar razones más que suficientes para que esa pata siga bien enraizada donde está. 


Pero no para todos. Hay sujetos valientes, sujetos honestos, inconscientes, kamikazes, a veces todo al mismo tiempo que se saltan esas reglas y si pierden a alguien no es por no haberlo intentado. Para bien y para mal, entre ellos me cuento. Supongo que es por eso que las veces que he vivido la experiencia desde el otro lado, el de la receptora de ese arrojo y de ese arrojarse sin saber ni si había red, se me despierta una mezcla de cariño, complicidad y admiración brutal. Venga... ¡Va por esos lobos!


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